Una artista con nombre anglosajón, que publica libros sobre Oriente Próximo escritos en español e imparte talleres organizados por la Embajada Francesa es, de entrada, un caso llamativo. Pero para Emily Nudd Mitchell (Caen, Normandía, 1979) hay un lenguaje universal, el dibujo, que le permite saltar todas las fronteras. Buena prueba de ello es su primer libro, Los viajes de Emily Nudd Mitchell, publicado el pasado año por Demipage, donde propone al lector un recorrido por Senegal, Yemen, Egipto y Turquía. MediterráneoSur, además, publica bajo el título "Emily en el Mediterráneo" una selección de 12 páginas de los cuadernos de la viajera, cedidos por la ella.
“El Mediterráneo es para mí el calor, la luz, la gente hospitalaria. Y el tiempo. Allí la gente tiene tiempo, y te lo da”, explica esta creadora que nunca sale de casa sin su bolso lleno de lápices, rotuladores, cajitas de acuarelas y una botellita de agua para mojar los pinceles. Con ese liviano equipaje ha recorrido varios continentes, y todas sus vivencias van quedando puntualmente registradas en libretas como la que se reproduce en Los viajes de Emily Nudd Mitchell.
El motivo del viaje puede ser la boda de un primo, la visita a unos amigos, la preparación de uno de sus talleres para niños o la simple curiosidad o el azar. “Lo primero que hago es buscar un vuelo barato. Luego, trato de ver si es factible por cuestiones de visados o recomendaciones sobre salud. Y finalmente pienso que me apañaré con lo que vaya encontrando”, comenta.
Por ello, Emily sonríe cuando se le pregunta cómo se lanza a recorrer Yemen durante seis meses, cuando hay chicas españolas que tienen miedo de pasar solas un fin de semana en Marruecos. “Hay miedo porque la televisión no transmite una idea muy positiva de ciertos países, pero es un error generalizar. Quizá he tenido suerte de encontrar una familia allí donde voy. Hace poco me preguntaba a mí misma: ‘¿por qué no tienes miedo?’, y no supe muy bien qué responder. Lo seguro es que esa carencia te da una fuerza interior que te ayuda a sobrellevar todas las situaciones. Claro que puedes verte, por ejemplo, encerrada en casa de un chico, en una situación embarazosa... Pero es algo que también puede pasarte al lado de tu casa”.
En sus cuadernos, Emily Nudd Mitchell conjuga el paisaje y el retrato humano, el trazo suelto y el detalle. La paleta de colores se emplea a fondo en la recreación de los trajes de las beduinas; en el Nilo todo se impregna de un azul cálido, para pasar al rojo restallante de Sana’a o el de la sangre que domina la celebración del Eid al-Kebir. Y todo ello se salpica de fetiches como el envoltorio de un paquete de té o del furazol que la artista toma para erradicar las amebas de su organismo. Y en medio de las pinceladas de exotismo, siempre se desliza con toda naturalidad un programa de Operación Triunfo en la televisión yemenita o un mail desde un ordenador prestado en un campamento nómada.
Cada rincón, explica, propone retos diferentes. “Para empezar, porque la acuarela reacciona de un modo diferente ante las distintas condiciones de humedad. Luego, el desigual desarrollo de unas ciudades y otras impone atmósferas que cambian. En Egipto la gente está más estresada y no es tan fácil dibujar tranquilo; en Yemen están tan orgullosos de su país que te lo enseñan todo; Turquía está tan llena de gente guapa que hasta los campesinos parecen príncipes...”
“Lo único que no cambia es que en todas partes me siento bien recibida. A menudo no me ven como una chica, sino como un ser neutro. Estoy ahí, pero no molesto. Creo que es incluso más fácil que si fuera un chico. La fotografía no está permitida en todas partes, pero el dibujo te abre todas las puertas”, afirma. “Y hay una cosa mundial: allí donde los niños te vean dibujar, vienen todos a tu lado, aquí o en Camboya”.
¿No ha tenido nunca problemas con sus casuales modelos? “Sólo una vez, en un pueblo de Yemen. Recuerdo que hacía un calor tremendo y ayudamos a unas campesinas. Nos invitaron luego a acompañarlas al ‘salón de té’, que era la sombra del bambú más cercano. Empecé a dibujar a una de ellas y se enfadó, dijo que su marido no estaría de acuerdo con que la retratara y hasta quería romper el cuaderno”, recuerda.
“En según qué lugares pueden ser muy machistas, y en Turquía por ejemplo se nota el nuevo gobierno religioso en ese sentido”, prosigue Emily. “Lo llamativo es que en muchos de estos países, en los años 80 nadie llevaba velo, te enseñan fotografías con sus vestidos de flores”. ¿Qué actitud adopta ella cuando viaja? “La verdad es que voy con mucho respeto, porque es la garantía para que te respeten a ti. Trato de no llevar faldas cortas o camisas abiertas: pregunto cómo se hace y me acojo a la legislación vigente”.
Nieta de una soldado británico que desembarcó en Normandía para casarse con una francesa y quedarse, se siente parte de una estirpe viajera y ella misma dio muchas vueltas antes de afincarse en Madrid, donde hoy reside. “En mi familia hay muchas bodas por Erasmus”, dice riendo. “Creo que esas becas son mejores para encontrar pareja que los chats de internet”.
La artista es consciente de que hace un siglo nadie viajaba sin su cuaderno, y ahora esa práctica ha sido abolida por las cámaras de fotos digitales. “Si a la gente le gusta hacer fotos y tiene tiempo para ello, yo no tengo nada en contra. Pero a mí me conviene más tener mis dibujos, que me permiten abarcar el panorama entero y seguir a la gente aunque se mueva. Dibujar es como un photoshop natural”, asevera. “Además, un cuaderno de viajes es más que un diario. Éste recoge eventos que tienen más que ver con tus emociones, mientras que el cuaderno de viajes refleja eso pero también lo que sucede a tu alrededor. Es un diario móvil”.
Emily Nudd Mitchell recorre ahora España impartiendo talleres de cuadernos de viaje a niños. “Lo importante es sobre todo darles confianza, que pierdan un poco el miedo que puedan tenerme como adulta. Lo tomamos como un juego y les invito a construir a partir de la página en blanco. Les enseño a observar, a captar la atmósfera, les invito a hablar con la gente y reconocer el color dominante. Pero lo más importante es saber cuál es la historia que deben contar”.
Sobre la dificultad de hablarles a los niños sobre realidades complejas de otros países, Emily cree que “algunas cuestiones hay que dejarlas para más adelante, pero con el lenguaje adecuado se pueden decir muchas más cosas de las que creemos. No se trata de sacudir la inocencia de los niños, sino de inculcarles cierta responsabilidad. Podemos invitarles, por ejemplo, a que cuando compren una camiseta o una pelota miren dónde está fabricada. Eso les hace tomar conciencia de muchas cosas y, es más, les encanta”.