Escritor premiado, columnista y periodista, Juan José Millás habla de Freud en su obra, del futuro de la educación, del periodismo...
Prolífico y disciplinado, Juan José Millás es autor de una numerosa obra literaria, de introspección psicológica en su mayoría, donde cualquier hecho cotidiano se puede convertir en un suceso fantástico. Con su última novela, “El mundo”, consiguió el reconocimiento de público y crítica aunando el Premio Planeta y el Premio Nacional de Narrativa.
Con una mirada perpleja, desde la literatura, o el periodismo, un género que practica con la misma energía y creatividad, Millás trata de salvar la herida entre la realidad y la percepción de esa realidad, entre el inconsciente y sus trucos.
Usted tiene una forma de acercarse a la realidad que podría llamarse “extrañamiento”, ¿cómo funciona?
En parte es un proceso instintivo, y en parte es algo cultivado, porque esa es la mirada que debe cultivar el escritor. Si tú no te extrañas de algo, si algo no te llama la atención, es muy difícil que escribas sobre ello. Escribir es un modo de investigación, por eso se dice tantas veces que la literatura es un modo de conocimiento de la realidad. El extrañamiento casi es obligatorio porque si no te extrañas harás otras cosas pero desde luego no escribirás. «El inconsciente es un descubrimiento como América, pero dentro de cada uno de nosotros»
¿Cuándo le ha ocurrido por última vez y por qué?
No son epifanías, sino que mi posición frente a la realidad es de extrañeza habitualmente. Puedes llamarlo de otro modo porque a veces la palabra extrañeza está dotada de connotaciones negativas. Es una combinación entre extrañeza e ingenuidad. Un escritor tiene que cultivar la inocencia para que todo le parezca nuevo porque es la manera de que tenga significado. Esta persona, tú la conocerás, que llega a una rueda de prensa con el gesto de que se lo sabe todo antes de empezar, es muy raro que haga algo de interés porque no oirá sino lo que le interesa oír, no verá sino lo que espera ver. Y esa es justamente la posición contraria al escritor.
En su literatura también encontramos una referencia constante al inconsciente, ¿en qué momento descubrió el psicoanálisis?
A Freud lo leí por primera vez con 18 años, cuando cayó en mis manos La interpretación de los sueños. Lo descubrí pronto porque Freud es un gran escritor, con independencia de sus virtudes científicas, y luego fui dándome cuenta de que todo el siglo XX está contaminado por el descubrimiento del inconsciente, así que cuando me preguntan por qué tengo una mirada psicoanalítica siempre digo: “No soy yo, es el siglo XX”. Al fin y al cabo, el inconsciente es un descubrimiento como América, pero dentro de cada uno de nosotros. Años después de haber leído a Freud descubrí de manera práctica porque me analicé.
¿Y ese análisis influyó en su manera de escribir?
Influyó en todo.
En algunas entrevistas, después de la publicación de El mundo, declaró que después de esa novela no estaba seguro de volver a escribir nada más. ¿Por qué?
Esa es una sensación que tienes siempre cuando terminas una novela. “¿Haré otro libro?”. Quizá es lo mismo que en el cumpleaños a partir de cierta edad en que piensas, “¿cumpliré otro año?”. Lo que pasa es que con este libro esta sensación era mucho más fuerte. Desde que lo acabé he tonteado, he hecho cosas, pero no me he puesto a escribir una novela. Tampoco me preocupa, pero creo que lo que quería decir es que esa novela cerraba una vida, si empiezo otra será parte de otra vida, ya no habrá una continuidad, porque desprenderme de las cenizas de mis padres y escribir “El mundo” clausuraba una época. Esa sensación desde que se publicó el libro se ha ido acentuando.
En El mundo es muy crítico con el sistema educativo, o por lo menos con el sistema educativo que le tocó vivir a ti. ¿Cómo sería tu sistema educativo ideal?
No tengo ni idea. Freud decía que la educación era una de las tareas imposibles. Desde luego no el que me tocó a mí, pero no desde el punto de vista de la transmisión de conocimientos porque creo que el bachillerato que yo estudié te daba una cultura general que no estaba mal y no estoy seguro de que en el bachillerato del que se salga ahora ocurra lo mismo. Más bien no. Lo que pasa es que todo el conocimiento iba envuelto en una atmósfera de una religiosidad tremenda, muy dura, en ocasiones con castigos corporales y desde ese punto de vista de la presencia opresiva me parecía nefasta. Tengo claro que lo que yo viví no debe ser la escuela, pero no tengo ni idea de cómo se debería estructurar el sistema educativo.
Me temo que a los políticos les pasa lo mismo.
Bueno, pero ellos deberían de saberlo o recurrir a los expertos, porque me imagino que todavía habrá expertos para esto.
Sí, los pedagogos…
Hace algún tiempo leí que los pedagogos proponían un cambio de nomenclatura, querían llamar al recreo, segmento de ocio. Desde entonces me parecen peligrosos…
Hay quien piensa que cambiando las pizarras verdes por pizarras electrónicas cambiará todo.
No se puede confundir la herramienta con el método. Las herramientas son muy importantes y es necesario que haya pizarras electrónicas y ordenadores en las aulas porque ahora mismo hay una esquizofrenia tremenda entre la vida digital de los chavales en casa, y la vida analógica de las aulas. La sensación que tienes tú cuando entras en un aula de pupitres viejos sin una sola pantalla es que acabas de entrar en el siglo XIX.
Algún lugar debe de quedar para la letra manuscrita.
En cualquier ámbito de la realidad donde vayas, tanto en un periódico como en una carnicería, hay ordenadores. Yo siempre he pensado que entre la escuela y la realidad es imposible que no haya una cierta fractura, entre otras cosas porque cuando tienes trece o catorce años tus intereses existenciales tienen poco que ver con lo que te están enseñando en la escuela. Esa fractura no hay modo de arreglarla, pero hay que procurar que sea lo más pequeña posible. Entras en el aula y entras en el siglo XIX.
Usted es escritor, pero actualmente ejerce de periodista con sus reportajes en el País Semanal. Cuando cambia de género, ¿qué es lo que cambia y que es lo que mantiene del novelista?
Yo no tengo la sensación de estar haciendo algo distinto cuando hago periodismo, que cuando escribo cuento o novela. Hago, básicamente, todo el día lo mismo, que es escribir, pero en diferentes soportes y diferentes extensiones. Así que lo que cambia esencialmente es la actitud psicológica (es decir, que no estás igual para escribir una columna de cuarenta líneas que una novela que te llevará un año) pero el resto es básicamente lo mismo. «Una columna en la última página del periódico me parecía lo máximo a lo que se podía llegar en la vida» En la pregunta va implícita la idea de que hay fronteras entre los géneros, y la verdad es que yo no las siento. A mí me da tanto miedo ponerme a escribir una novela como ponerme a escribir un artículo. No tengo la impresión de estar haciendo algo menor en relación a la literatura. Hay muchos periodistas cuyo sueño es escribir una novela y que hablan del periodismo como un trabajo alimentario. Para mí escribir en los periódicos es una actividad que me fascina, que me excita, que me gusta, de la que aprendo y que me mantiene con la musculatura en buen estado. Yo hice el camino inverso al periodista que quiere ser escritor, porque escribía novelas pensando escribir en los periódicos. Cuando yo leía una columna de la última página del periódico me parecía que lo máximo a lo que se podía llegar en la vida era eso, y no me he acostumbrado a tenerlo porque soy muy consciente de que es un privilegio literario tremendo.
¿Cuándo empezó a trabajar en los periódicos?
En el año 90.
Hace muy poco en realidad.
Yo publiqué mi primera novela en el 75, que fue premio Sésamo en el año 74, así que cuando llegué al periódico ya había publicado cinco novelas. Empecé haciendo la columna del El País y al poco me pidieron de Prensa Ibérica que les hiciera tres columnas semanales. Pero para mí el gran descubrimiento fue el reportaje, un género que me fascinó cuando me encontré con él. Es curioso que el reportaje se considere un género de juventud, cuando en realidad debería ser un género de madurez porque es necesario tener experiencia personal y oficio, pero creo que yo soy el único de mi edad que hace reportaje.
Porque se paga muy poco por un reportaje y como no se paga no puede ser un género de madurez. Cuando un buen periodista cuando llega a consolidarse se convierte en jefe y deja de escribir.
Eso es algo que no lo puedo entender. Además a mí siempre me ha interesado el reportaje por lo cercano que está al terreno del cuento. En realidad la única diferencia es que lo que cuentas en el reportaje lo has visto y no te puedes inventar nada. Pero el modo de seleccionar y de utilizar los materiales es igual que cuando haces un cuento. La primera obligación de un buen reportaje es ser un buen cuento, un buen relato, porque al fin y al cabo relato viene de relacionar.
Usted ha realizado varias entrevistas-reportaje con el presidente del gobierno, ¿le sigue fascinando o ahora se siente decepcionado?
Yo hice un primer reportaje con Zapatero cuando ganó el congreso del partido y se convirtió en jefe de la oposición. Entonces era un enigma y además él no tenía ningún interés por desvelar ese enigma. Cuando empezó a gobernar es cierto que sentí una cierta fascinación, primero porque me pareció que era un tipo verdaderamente de izquierdas, y en ese sentido era el primer presidente de izquierdas que teníamos, ya que desde mi punto de vista Felipe González no lo fue. En la primera legislatura creo que fue capaz de tomar decisiones muy valientes en derechos civiles, pero ahora tengo la impresión de que están navegando entre dos aguas. Es decir, que frente a la crisis no se atreve a ser de izquierdas de verdad. Yo me acuerdo cuando Felipe González ganó las elecciones en el 82 uno de los miedos que esgrimía la derecha era que iba a nacionalizar la banca. Ese miedo se esgrimía contra Felipe González, así que cuando le preguntaron en qué iba a consistir el cambio Felipe, que era muy astuto, dio con la frase: “El cambio consistirá en que España funcione”, que era una abstracción, que no significaba nada pero a la vez significaba mucho en un país donde no funcionaba nada. Ahora habría sido un momento estupendo para nacionalizar parte de la banca, en parte porque los mismos banqueros lo habrían agradecido, pero no se ha hecho y tengo la impresión de que está faltando una política económica de izquierdas de verdad.
¿Cómo le da la vida para escribir tanto?
Soy muy disciplinado. Si te acuestas pronto y te levantas pronto no es tan difícil, sobre todo si eso es lo que te gusta…Porque si no te gusta escribir debe de ser una tortura, pero yo tengo un poco de “horror vacui”, así que prefiero tener un poco de estrés a ir tranquilo.