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El Rhazoui
Zineb El Rhazoui
[Casablanca · Dic 2010]
Marruecos  reportaje 

Sí que se tortura en Marrakech


Ilham HasmouniApenas unos meses después de la salida de la cárcel de Zahra Boudkour, la presa política más joven de Marruecos, una de sus compañeras la sustituye en este siniestro récord.

El martes 12 de octubre de 2010, alrededor de las 4 de la tarde, un joven elegante, de unos veinte años, llama a la puerta de la casa de la familia de Ilham Hasnouni en Essaouira. “Ilham, hay un tío que pregunta por ti”—le dice su hermano pequeño, pensando que se trata de un compañero de la facu.

Sin apenas haber llegado al umbral de la puerta, cinco hombres corpulentos atrapan a la estudiante de 21 años, tiran a su hermano pequeño al suelo y la arrastran por los pelos, bajo los gritos de su madre, hacia un coche negro que la espera para llevarla a un destino desconocido.

“No hay dudas, comprendí que se trataba de los perros guardianes del ‘majzén’. El coche negro fue lo último que pude ver antes de que me vendaran los ojos. Los golpes y los insultos llovieron durante todo el camino”, cuenta Ilham en su testimonio escrito desde la cárcel Boulmharez de Marrakech.

El arresto de la estudiante, sin orden judicial ni previa convocatoria, tiene lugar después de una serie de detenciones semejantes en el entorno estudiantil de la Universidad Qadi Ayad de Marrakech, tras el suceso del 14 de mayo de 2008, cuando las fuerzas del orden tomaron la ciudad universitaria.

La Unión Nacional de Estudiantes Marroquíes (UNEM) convocó a una huelga tras decenas de casos de intoxicación alimentaria en el restaurante universitario. La administración de la universidad había rechazado hacerse cargo de los gastos médicos de los estudiantes hospitalizados. La policía procedió a violentas redadas contra los estudiantes que pertenecían al grupo de la Voie Démocratique Basiste [Annahj Addimocrati al Qaïdi, Vía Democrática de Base, no relacionada con el Baaz], acusados entre otras cosas de apoyar a los separatistas saharauis.

“Sí señor, quédese tranquilo”, decía uno de los verdugos de Ilham al teléfono. El fino rayo de luz que apreciaba a través de su venda no le permitía reconocer ni el lugar ni las caras. “Me encontraba esposada en una habitación sombría, probablemente en una de las villas reservadas por el régimen a ese tipo de tareas”, supuso ella. A los cinco agentes que la arrestaron se unieron otros: “¡Traidora, hija de…! Cuando os llenáis la barriga os subleváis”.

La retórica es familiar para quienes han tenido que sufrir los tormentos del ‘majzén’. Despojado de su ciudadanía, al súbdito marroquí se le reduce a su porción conveniente: un tubo digestivo. La militante dijo que se sintió tocada por lo que expresa esta frase. Zahra Boudkour“¿De qué nos hemos llenado la barriga? ¿De represiones? ¿De detenciones? ¿O es que ellos hablan de riquezas de este país de las que nosotros solo vemos las migas?”

“Los de Marrakech la quieren esta noche”, pudo escuchar Ilham en una conversación entre dos agentes. “Cuando vinieron para llevarme, me dieron una patada que me hizo perder el equilibrio ―¡levántate especie de…!― me exigieron. En el momento de montarme en el coche, tenía vértigo de tantos golpes que había recibido en la cabeza”.

Un cortejo de dos coches la traen hasta Marrakech, la ciudad ocre, donde los acontecimientos habían tenido lugar dos años antes. “Yo era consciente de que lo que estaba por llegar no iba a ser fácil”. Los testimonios que se habían filtrado desde la prisión de Boulmahrarez a lo largo de los dos años transcurridos eran terroríficos. Tras la sanguinaria irrupción en la ciudad universitaria Qadi Ayad, los largos días de tortura y las imitaciones de juicios, los detenidos de la Voie Démocratique Basiste debieron enfrentarse a unas condiciones de detención particularmente difíciles.

“Tras un trayecto que me pareció interminable, me hicieron bajar una escalera, después me sentaron de nuevo esposada en una silla”. Comenzó el interrogatorio: identidad, estudios, opiniones políticas, relaciones, complicidades, etc. Las preguntas llovían, reforzadas de golpes cuando las respuestas no eran del gusto de los investigadores.

“Después de un tiempo que sería incapaz de estimar, me llevaron a otra habitación en una planta más alta. Las caras cambiaron pero no las preguntas ni las respuestas, hasta el sonido de una llamada de teléfono que anunciaba el final de la primera sesión, y el comienzo de la segunda”. Ilham es de nuevo montada en un vehículo; esta vez se trataba de un furgón. El trayecto bastante corto indicaba que el destino era dentro de la ciudad. “Me hicieron bajar una larga escalera. Me encontraba en un sótano húmedo y sombrío donde iba a pasar la noche”.

Tortura al ritmo de tambor

Ilham no tenía ni idea de donde se encontraba, pero no tardó en adivinarlo. En el silencio de su calabozo, ella empezó a distinguir los sonidos de una fiesta, percusiones y pasos de baile. La historia se repite: como Zahra Boudkour, Ilham hace escala en la tristemente famosa comisaría de Yemâa el Fna.

Bajo la plaza emblemática del turismo marroquí, catalogada como patrimonio oral de la humanidad por la Unesco, decenas, quien sabe, quizás centenas de detenidos se encuentran en la oscuridad y en la humedad. Los cantos de los gnaoua y las flautas de los encantadores de serpientes tapan los gritos de quienes son torturados algunos metros más abajo.

La masa de turistas ignora que bajo sus pies se encuentra el lugar donde Zahra Boudkour recibió golpes con una barra de hierro en el cráneo y en los genitales, donde fue desnudada ante sus compañeros y detenida desnuda durante tres días teniendo la regla. La orgullosa imagen de postal que ofrece la plaza Yemâa el Fna esconde las tinieblas donde naufragan los condenados del régimen.

“Algunas horas más tarde, la puerta se abre, aparecen nuevas caras. Empieza de nuevo la serie de preguntas, pero esta vez, los verdugos no esperan ni siquiera las respuestas, me hincharon a palos, hasta el desmayo”.Ilham perdió de nuevo el conocimiento varias veces; en cada ocasión la despiertan para seguir hinchándola a palos.

 “Durante todas las sesiones, no había podido realmente distinguir las caras, pero yo sabía que me las tenía que ver con los asesinos de Abderrazak Gadiri a quien tenía en la memoria todo el tiempo”. Yema El Fna, MarrakechEl estudiante había sufrido una herida en la cabeza el 31 de diciembre de 2008 a causa de otra irrupción de la policía en la ciudad universitaria Qadi Ayad.

Numerosos testimonios responsabilizaban a un agente de policía apodado “Lâaroubi” (mendigo, en dialecto marroquí) que se encontraba acompañado del viceprefecto de policía de Marrakech, Mohammed Toual y del jefe de la policía turística de la ciudad, Moulay El Hassan El Hafa. Hasta la fecha, ningún culpable fue juzgado por el asesinato de Gadiri.

“De vuelta al calabozo, tenía tantas ganas de dormir, pero la humedad y el sonido de los tambores de la plaza Yemâa el Fna no me dejaban", declara Ilham. La tregua duró poco tiempo; sus torturadores volvieron a buscarla para un enésimo interrogatorio. “¿Quién os finanza?” le lanza el policía investigador.

Ahí donde tan sólo hay una organización estudiantil que milita por una enseñanza gratuita, por el aumento de las becas o el acceso a los medios de transporte; el régimen puede ver una conspiración contra su perennidad, probablemente financiada por los “enemigos de Marruecos”.

Las preguntas se suceden: sobre la complicidad, los otros compañeros, etc. Fin del interrogatorio. Ilham es de nuevo montada en un furgón, rumbo al tribunal para comparecer ante el fiscal. “Un reloj colgado en la pared marcaba las 9 de la mañana. Así que yo había pasado dos días sin comer en la comisaría de Yemâa el Fna”

Esposada a una silla, Ilham empieza a notar el hambre, la sed, el dolor y el agotamiento. No fue hasta las 6 de la tarde que un policía la condujo ante el juez de instrucción. “¿Quién ha quemado la ciudad universitaria? ¿Cuántos sois?... Yo no estaba sorprendida por sus preguntas. Por mi parte, tenía ganas de decirle: ¿quien prohíbe a los estudiantes el acceso a la ciudad universitaria? ¿quién mató a Gadiri?... Él terminó con una larga lista de acusaciones: responsabilidad de incendio, destrucción de los bienes del Estado, reunión armada…”.

Tan pronto sale de la pesadilla de la investigación policial, Ilham se encuentra de nuevo en un furgón que la lleva a la cárcel de Boulmharez, el ‘Abu Ghraib Marrakech’, como la apodan aquellos que han pasado por ella. Su testimonio llega desde el dormitorio común hacinado, desde donde ella continúa luchando por sus derechos fundamentales esperando a ser juzgada. .