Territorio Pinsapo
Uno de los protagonistas de Man y Biosphere es el pinsapo (Abies pinsapo), reliquia del Terciario que quedo aislada tras sufrir nuestro planeta uno de sus cambios climáticos. Las caras norte de algunas montañas andaluzas (Parque Natural Sierra Grazalema, en Cádiz; parques naturales de Sierra de las Nieves y Los Reales de Sierra Bermeja, en Málaga) y marroquíes (Parque Nacional de Talassemtane, en la provincia de Chefchaouen, Marruecos) conservan las últimas poblaciones de estos ejemplares en el planeta.
En 1837, Edmund Boissier descubre para la ciencia y da nombre al pinsapo (Abies pinsapo Boiss) en la Sierra de las Nieves; tras un primer encuentro con la especie en los Reales de Sierra Bermeja, ambas en Málaga. En 1929, el naturalista Auguste Barbey, nieto de Boissier, sigue los pasos de su abuelo, dejándonos unas interesantísimas descripciones de la vida rural de la época (“A través de los Bosques de Pinsapo de Andalucía” editado por la Conserjería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía). Más de medio siglo después emulamos el periplo de estos románticos, esta vez en Marruecos y todo nos evoca la Andalucía de Barbey.
A lomos de una mula salimos de la ciudad de Chefchaouen buscando la imponente cordillera que la resguarda. Cruzamos pequeñas aldeas, extensos y en ocasiones escarpados cultivos. En ningún momento nos sentimos solos, la vida rural está en cada uno de los valles, collados y aristas que atravesamos. Niños con rebaños de cabras, adolescentes con pequeñas azadas con las que cambian las tornas de las acequias y mujeres, mujeres cargando leña, segando trigo, portando agua, mujeres por todas partes… Nos adentramos en el Parque Nacional de Talassemtane, donde se encuentra la mayor población de Pinsapo (Abies pinsapo var. maroccana) de todo el planeta.
Al otro lado del Estrecho, el Parque Natural de los Reales de Sierra Bermeja es recorrido por multitud de ecoturistas a través de los senderos perfectamente señalados por la Consejería de Medio Ambiente. Igual ocurre con el Parque Natural de Sierra de las Nieves y el de la Sierra de Grazalema donde las labores tradicionales del campo han perdido empuje en las últimas décadas transformando el modo de vida rural.
El trabajo en el campo ha sido sustituido, en buena medida, por el llamado turismo rural y demás fórmulas que evitan la progresiva pérdida de población y favorecen su desarrollo sin que ello conlleve el deterioro de los bosques de este endemismo.
La Reserva de la Biosfera Transcontinental Andalucía-Marruecos, dentro del proyecto MaB (Man and Biosphere, El hombre y la biosfera) de la UNESCO, tiene la difícil tarea de preservar unos bosques frente a unas necesidades humanas casi opuestas.
Por un lado está el Parque Nacional de Talassemtane, en Marruecos, con pequeñas aldeas comunicadas por pistas de tierra, sin electricidad y en ocasiones sin agua potable; y por el otro los parques naturales de Sierra Bermeja, Sierra de las Nieves y Sierra de Grazalema, en Andalucía, con el abandono del campo y el turismo rural en aumento. Un ejercicio de equilibrio hacia la conservación.
Un paisaje de hace 15 millones de año
Hace millones de años, la Península Ibérica estaba unida al continente africano y con ella sus ecosistemas. Las condiciones climatológicas eran frías y húmedas, propiciando la distribución de especies de latitudes más altas, como los abetos, que colonizaron todo el Mediterráneo desde las montañas balcánicas. A finales del período terciario, tras la última glaciación, las condiciones climáticas se hicieron cada vez más áridas, hasta llegar a las que hoy conocemos como clima mediterráneo.
El que una especie de abeto, propia de ecosistemas septentrionales, haya sobrevivido hasta nuestros días rodeada de encinas, quejigos y alcornoques es todo un cúmulo de casualidades.
Adentrarnos en un pinsapar andaluz en verano puede ayudar a entenderlo. En pleno agosto, cuando todo es amarillo y las chicharras entonan la siesta, el pinsapar se nos presenta como un bosque encantado, un oasis en el desierto, inmerso en la umbría de mullidos musgos. Las cumbres orientadas perpendicularmente a los vientos dominantes del golfo de Cádiz y del estrecho de Gibraltar provocan una condensación de nubes tan intensa que garantiza una alta pluviosidad. La altitud, las pendientes nortes, consiguen mantener la humedad suficiente para que los pinsapos puedan sobrevivir al duro estío mediterráneo.
Tan sólo algunas zonas de las cordilleras béticas y rifeñas poseen estas condiciones, que han dado refugio a estos bosques hasta nuestros días. Como en El mundo perdido de Conan Doyle, este superviviente del periodo glaciar nos ha traído hasta nuestros días un paisaje de hace 15 millones de años. Hacer el viaje en el tiempo que supone pasear por un pinsapar, nos sobrecoge como especie ante los retos globales del cambio climático.
Es por ello, que los investigadores Linares y Carreira de la Universidad Pablo Olavide de Sevilla y la Universidad de Jaén, respectivamente, lo vean como un “modelo experimental excepcional para el análisis de indicios tempranos de efectos del cambio climático actual en la zona mediterránea”.
Distintas necesidades
Las poblaciones de pinsapos andaluces poseen los privilegios de conservación propios de una especie catalogada en peligro de extinción. El acceso a estos bosques está controlado e incluso restringido por medio de permisos, por lo que las únicas amenazas son el fuego y los patógenos naturales (hongos e insectos). Uno de los puntos claves en la conservación de los pinsapares fue la disminución de la presión ganadera en Andalucía en los años sesenta, lo que permitió la expansión de la especie.
A finales de esta misma década, en el Rif empezó a extenderse el cultivo del kif (o cáñamo, Cannabis sativa). Esto llevó a que los índices de población se incrementaran por encima de la media de las áreas rurales del país durante estos últimos cuarenta años.
El monocultivo del cannabis sobre una tierra pobre y pedregosa, a veces en laderas tan empinadas que llega a recolectarse de rodillas, ha hecho que esta zona del Rif tenga uno de los mayores índices de erosión del planeta, con el consiguiente empobrecimiento de la tierra. Así pues, los pinsapos en Marruecos se enfrentan al desarrollo, difícilmente sostenible, de una zona deprimida, dependiente de este cultivo.
En Andalucía y el Rif hay dos reservas que podrían funcionar como espejos, pero necesitan actuaciones totalmente opuestas.
Los pinsapos han sobrevivido a glaciaciones, fronteras, guerras, culturas y religiones; su próximo reto: un nuevo cambio climático, que parece estar ya mermando su tímida expansión. Esperemos que la sabiduría milenaria de estos bosques ayude al proyecto MaB a unir y equilibrar nuevamente Andalucía y Marruecos.
Por las condiciones climáticas descritas antes, el pinsapar es visitado por los ganaderos locales para aprovechar los pastos de montaña en el verano. La falta de luz eléctrica hace que el principal aporte de calor en invierno sea la madera y aunque está prohibida expresamente la tala de pinsapos, no hay más que observar el paisaje para darse cuenta que son pocas las especies que se han salvado de la presión humana.
A todo ello debemos sumar una de las mayores amenazas junto al pastoreo, el fuego; el acceso a la zona únicamente puede realizarse en todoterreno y los cortafuegos son inexistentes por lo que un fuego tendría catastróficas consecuencias. La regeneración de la especie después de un fuego es enormemente difícil, al necesitar los plantones un sustrato húmedo y sombrío. Un lamentable ejemplo lo tenemos en el incendio de 1971 en los Reales de Sierra Bermeja que duró 14 días. Actualmente aún se pueden observar los estragos de dicho desastre.
Las ayudas europeas, conjuntamente con el gobierno de Marruecos, empiezan a actuar por medio de la instalación de depósitos de agua potable, canalizaciones, escuelas rurales y planes futuros de adecuación de caminos y carreteras. Pero es necesaria una alternativa al kif.