Israel — ¿el mejor amigo de Washington?
La reciente visita del vicepresidente estadounidense, Joe Biden, al escenario del conflicto israelo-palestino logró poner punto final a la euforia generada por el histórico discurso pronunciado hace un año por Barack Obama en la Universidad de El Cairo. En aquel entonces, tanto los círculos progresistas del mundo árabe como los analistas occidentales apostaron por una posible y, desde luego, deseable apertura de la Administración estadounidense hacia el archidemonizado mundo musulmán, por una lenta normalización de las relaciones entre el gigante norteamericano y la variopinta sociedad islámica.
Sin embargo, la amenaza de atentados contra objetivos civiles estadounidenses ideados por grupúsculos radicales contra objetivos norteamericanos, llevó a un inesperado cambio de la postura dialogante de Washington, a un endurecimiento de la retórica de Obama ante el peligro potencial del llamado “terrorismo islámico”. Curiosamente, la reacción del actual inquilino de la Casa Blanca ante el atentado frustrado del 25 de diciembre de 2009 en Detroit, recordaba extrañamente el lenguaje empleado por su antecesor, George W. Bush, al aludir a las opciones radicales del Islam militante. Lejos quedaban las buenas palabras de la capital egipcia, la “mano tendida” a la sociedad árabe, a los distintos sectores del Dar al Islam. Lejos quedan las buenas palabras de Obama en El Cairo, la mano tendida a la sociedad árabe
Entre los que no dudaron en criticar el discurso de Obama figuraban los políticos israelíes, persuadidos, desde el primer momento, que el máximo dignatario estadounidense pecaba por… ingenuo. Tel Aviv no escatimó críticas, entremezcladas con llamadas de atención a la Casa Blanca; un extraño goteo de lamentos sobre la mala fe de los “sanguinarios” dirigentes de Hamas, el revanchismo de las milicias pro-iraníes de Hizbulá, el peligro nuclear encarnado por la República Islámica de Irán, etc. Lo que en realidad exigía Israel era acabar con ese estado de cosas, poner un poco de orden en la región, volver al statu quo existente antes del 11-S. Pensaban los estrategas de Tel Aviv que el nuevo presidente de los Estados Unidos constituía un “estorbo”, tal vez el mayor, para sus planes de cambiar la faz de Oriente Medio.
Las relaciones entre el actual inquilino de la Casa Blanca y el establishment hebreo se han caracterizado siempre por la falta de diálogo. En realidad, sólo se puede hablar de… dos monólogos, de discursos contradictorios, disonantes. Y ello, pese al deseo de la Administración Obama de allanar el camino hacia el entendimiento en la zona. La postura de Washington frente al régimen sirio muestra claramente el deseo de reducir la conflictividad en la zona, sentando nuevas bases para la concertación a escala regional. Asimismo, la insistencia del ejecutivo estadounidense de acelerar la retirada de Irak, refleja una inflexión ideológica, destinada ante todo a acabar con los obstáculos que entorpecen las relaciones con los llamados “Estados moderados” (léase pro-occidentales) del mundo musulmán.
Sin embargo, estos gestos no han hallado una contrapartida en la política del Estado judío, empeñado en proseguir la colonización a pasos agigantados de Cisjordania y Jerusalén oriental. De hecho, el gobierno de Benjamín Netanyahu aprovechó la visita de Biden para hacer públicos sus planes de edificar 1.600 viviendas en Jerusalén Este. Un gesto éste tachado inmediatamente de “ilegal” por el vicepresidente de los Estados Unidos, cuyas declaraciones se convirtieron en un foco de tensión entre las dos capitales. Pero la tormenta acabó, en menos de 24 horas, con un espectacular pronunciamiento de Joe Biden, quien reconoció públicamente que “Israel era el mejor amigo de los Estados Unidos”. Entre Barack Obama y el establishment hebreo no hay diálogo sino dos monólogos contradictorios
¿Y los palestinos? Huelga decir que antes y durante la gira del vicepresidente, los medios de comunicación occidentales insinuaban, cuando no aseguraban, que el presidente de la ANP, Majmud Abbas, barajaba la posibilidad de restablecer un diálogo “indirecto” con Israel. El propio dignatario palestino se vio obligado a puntualizar: sólo se contemplan negociaciones con los israelíes sobre la congelación de la actual política de asentamientos ilegales. En cuanto al verdadero diálogo, sólo podrá materializarse tras un cambio radical en la postura de Tel Aviv.
En resumidas cuentas: nada nuevo bajo el sol. ¿Nada nuevo? Sí, algo parece haber cambiado. La Administración Obama modera sus críticas hacia Israel, a la vez que sigue presionando a los palestinos para que reanuden los (estériles) contactos con el equipo de Netanyahu.
¿Nada nuevo? Sí, hay más; por vez primera, Washington reconoce el derecho de Israel a contrarrestar el peligro nuclear iraní. Fue este el deseo oculto de Ariel Sharon, partidario, en su momento, de un ataque aéreo contra el Irán de los ayatolás. A buen entendedor…