El islamismo domesticado
Ya nada es lo mismo en el pequeño y hasta ahora pacífico Reino de Jordania, uno de los pocos países del mundo árabe que parecía a salvo de grandes convulsiones políticas o amplias medidas de represión política. El cruento atentado en un hotel de Ammán en noviembre de 2005 dividió a la sociedad bajo un prisma islamista.
Abu Musab Al Zarqawi, uno de los lugartenientes de Osama bin Laden, era oriundo de Zarqa, una ciudad de casi medio millón de habitantes y principal bastión de los Hermanos Musulmanes. Aunque, hasta ahora, la rama jordana de esta organización política, fundada en Egipto en los años veinte, no empleaba medios violentos, Zarqawi forzó la radicalización del islamismo jordano y su fractura entre ‘halcones’ y ‘palomas’.
La campaña gubernamental de persecución de los elementos más radicales del movimiento y el refuerzo de las medidas de seguridad rindieron sus frutos en junio de 2006 con la eliminación de Zarqawi —se cree que los servicios secretos jordanos entregaron el dato del paradero de Zarqawi a los estadounidenses— pero escenificó la división de la sociedad: la muerte del terrorista fue tímidamente festejada en las calles de Ammán pero también hubo muestras de condolencia a sus familiares.
La fractura del movimiento islamista estuvo marcada por el acercamiento de una de las facciones a la organización política y guerrillera palestina Hamás y su tajante oposición al ‘proceso de paz’ israelí. No hay partidos en Jordania pero sí ‘jaimas’ que reparten comida durante la campaña electoralEsta rama se alejaba así de la postura más clásica del Frente de Acción Islámica (FAI) —las siglas electorales de los Hermanos Musulmanes en Jordania—, que desde 1989, comienzo de la transición política en el país, viene participando en la vida política.
La consecuencia de la fractura se evidenció en las dos elecciones de 2007: en julio hubo municipales y en noviembre, legislativas. Las primeras se vieron envueltas por un manto generalizado de fraude. La reciente reforma que permitía votar a las fuerzas de seguridad dio paso a votaciones masivas de militares en circunscripciones en las que no estaban registrados; un movimiento de votantes estratégico en detrimento de candidatos independientes e islamistas.
El FAI boicoteó las elecciones por considerar que no había garantías de transparencia y limpieza. Ammán no permitió observadores nacionales o internacionales.
Votar al primo
La sombra del fraude tampoco se eliminó de las legislativas de noviembre, aunque esta vez hubo observadores de organizaciones de derechos humanos jordanas. Denunciaron numerosos casos de compra masiva de votos, retenciones de carnés y registros indebidos de votantes en otras circunscripciones. Los ganadores fueron los candidatos con mayores apoyos tribales, tanto en las ciudades como en las áreas rurales: durante la campaña, los candidatos, casi todos independientes con excepción de los islamistas, Muchos hombres de negocios buscan ampliar su poder a través de un escaño apenas defendieron ideologías pero sí intentaron asegurarse la fidelidad de sus familiares. Al final “todo el mundo vota a su primo”, era la impresión generalizada.Las ‘jaimas’ de los candidatos proliferaron en cualquier terreno baldío de las grandes ciudades, donde cada noche se repartía comida a todo aquel que se acercara a hablar con el candidato o sus partidarios. La falta de una ley de financiación de campañas favoreció el gasto desmedido. El modelo económico de desarrollo financiero por el que apuesta Jordania ha atraído muchas fortunas de los países vecinos y favorece a los hombres de negocios, que buscan legitimar su influencia a través de un escaño parlamentario.
Otro factor era el rediseño del mapa electoral, que redujo la cantidad de escaños en circunscripciones con mucha población, como Ammán o Zarqa —juntas reúnen casi la mitad de la población jordana—, a favor de las zonas tribales del sur del país, donde llegaron a bastar unos pocos cientos de votos para sacar un escaño. El FAI —como casi todos los movimientos fundamentalistas árabes— recluta a sus seguidores sobre todo entre la población urbana joven, politizada, descontenta y con ánimo de cambiar la sociedad. Tiene mucho menos predicamento en las zonas rurales, que se adhieren a un islam tradicional y apolítico.
El resultado: los islamistas sólo obtuvieron seis escaños, frente a los 17 de la legislatura precedente. De Zarqa, su principal bastión, no salió ni un solo diputado. Pero su derrota —una réplica del fracaso electoral de los islamistas marroquíes en septiembre— también radica en el descontento de sus bases: la escasa incidencia de los islamistas en la anterior legislatura y el incumplimiento de las promesas electorales de años precedentes han dejado un sabor de desilusión entre quienes apostaban por los Hermanos.
Desilusión islamista
Los analistas jordanos apuntan que muchos votantes —principalmente los de origen palestino en los arrabales de Amman, Zarqa, Irbid y Salt, que siguen de cerca el conflicto al otro lado de la frontera israelí— se alejaron de las urnas al ver que el FAI cedía a la presión gubernamental y dejó fuera de las listas a los candidatos más radicales o simpatizantes de Hamás. Aunque algunos candidatos islamistas achacaron la derrota casi exclusivamente al fraude electoral, ésta se debe en cierta medida a la escasa participación: sólo votó el 54% del censo.
También desaparece la escasa representación que le quedaba a la izquierda tradicional, mientras que acceden al hemiciclo algunos ex militares y numerosos hombres de negocios. Sin partidos dignos de este nombre y con la oposición islamista tocada del ala, las alianzas tribales vuelven a ser la base del Senado, cuyos 55 miembros son designados por el rey, Abdalá II. Entre los más importantes apoyos de la corona: los clanes circasianos oriundos del Cáucaso y la población cristiana. Ambos grupos observan con preocupación el avance de un islam homogeneizador, inspirado a menudo en el gran vecino saudí, al que sólo el rey parece ser capaz de poner freno.
Como para confirmar esta visión, Abdalá II tuvo un detalle progresista: nombró cuatro mujeres ministras entre los 22 miembros del Gabinete. Una media avanzada en el mundo árabe, pero por delante de la realidad social: de las 199 mujeres que hubo entre los 885 candidatos a diputados, sólo una conquistó un escaño a través de las urnas, aunque otras seis tienen su plaza garantizada por la cuota femenina del Congreso.