Donde descansan los secretos del Vaticano
La universalidad de la Iglesia católica no sólo es evidente en la variedad de rostros, orígenes, idiomas y culturas de sus 1166 millones de miembros. Otra forma de comprobar la inmensa extensión cronológica y geográfica del catolicismo es echar un vistazo a las dos instituciones que custodian su memoria: la Biblioteca Apostólica Vaticana y el Archivo Secreto Vaticano.
De entre estos dos organismos hermanos, ambos situados en el Palacio Apostólico y con acceso desde el Cortile del Belvedere, el primero ha cosechado un buen número de titulares en los últimos tiempos debido a su reapertura el lunes tras tres años de clausura por las obras de renovación de su sede.
Aún siendo más desconocido, el Archivo Secreto Vaticano es igualmente un lugar de importancia vital para la Iglesia. Se trata de una institución incomparable a cualquier otra: cuenta con ochenta y cinco kilómetros lineales de estanterías, documentos que datan desde el siglo VIII y un seguimiento detallado y continuo desde hace más de 800 años de la situación eclesiástica y del mundo. Bien lo saben los 1.500 investigadores de todas las nacionalidades que, cada año, solicitan una autorización para poder sumergirse en sus vastos fondos.
Aquí descansan “todas las actas y documentos que se refieren al gobierno de la Iglesia universal”, como escribió en el motu proprio “Fin dal principio” León XIII en 1884. A este Papa debe el mundo de la cultura que el Archivo Secreto Vaticano siga siendo “secreto” sólo en una mínima parte: él fue quien aprobó que los estudiosos “sin distinción de nacionalidad y religión” pudiesen consultar sus fondos. Ahora sólo se impide la lectura de los documentos posteriores a 1939, cuando comienza el pontificado de Pío XII.
A diferencia de los archivos de otros Estados, que van permitiendo la consulta de sus documentos por bloques de lustros o décadas, esta institución vaticana mide el tiempo por el período que cada Papa ocupa el solio pontificio. “Benedicto XVI abrió el acceso a todos nuestros fondos de Pío XI, que abarcan de 1922 a 1939. La siguiente etapa, la de Pío XII, es más larga y extensa, va desde 1939 hasta 1958. Se trata de millones de documentos que hace falta catalogar, numerar e inventariar. Nuestros recursos son limitados por lo que todavía nos llevará unos 5 años terminar todo el trabajo”, explica Sergio Pagano, prefecto del Archivo Secreto Vaticano.
Los historiadores tienen muchas ganas de hincarle el diente a los escritos del pontificado de Pío XII. Monseñor Pagano es cauto y no quiere entrar en detalle, pero asegura que los que sostienen que el Pontífice no ayudó a los judíos durante el Holocausto cambiarán de opinión cuando se estudie esta documentación. “Garantizo que no sólo se verán las acciones de Pío XII en la cuestión judía, sino también las enormes contribuciones que dio a tantas Iglesias que sufrían en Europa”.
Épocas tensas
También ayudará la apertura de los fondos de esta época a aclarar uno de los episodios más tensos para la Santa Sede durante la Segunda Guerra Mundial: cuando Hitler pensó en deportar a Pío XII a Alemania. Esta documentación será semilla, a buen seguro, de un gran número de investigaciones históricas, pero para ello habrá que esperar a que el apellido “secreto” que tiene el Archivo Vaticano se desvanezca también sobre esa sección.
La primera vez que apareció la voz “secreto” fue en el siglo XV con el Papa Sixto IV, fundador de la Biblioteca Vaticana e impulsor de que ésta contase con una sección dedicada al archivo, que fue denominada “secreta”. El término se refería más al carácter privado de los documentos, aunque fuesen de interés público, que a un posible contenido oculto o misterioso.
Tras la labor inicial de Sixto IV y de otros pontífices precedentes, el verdadero creador del Archivo Secreto Vaticano fue Pablo V, quien a comienzos del siglo XVII ubicó la institución en tres salas del Palacio Apostólico adyacentes a la Biblioteca Vaticana. Este Papa mandó instalar gigantescos armarios de madera de álamo para guardar todos los documentos y decoró las salas con frescos y el escudo heráldico de su familia, los poderosos Borghese.
La historia del Archivo Secreto Vaticano ha sido azarosa desde su fundación en 1610. Durante décadas los robos fueron el principal problema, como prueba un edicto del cardenal Camarlengo Giovanni Battista Spinola de principios del XVIII en el que insta a los “libreros, orfebres, encuadernadores y otros artesanos” a que notifiquen y no manipulen “los libros o escrituras” que tuviesen. Éstos hacían negocio con la venta de los documentos robados.
Más dañino que los ladrones fue Napoleón, quien tras tomar Roma se llevó a París en 1810 todos los fondos del Archivo Secreto Vaticano. Aunque volvieron a la Santa Sede cinco años después, grande fue el daño inflingido y muchos los escritos sustraídos o perdidos. En incendios, saqueos y desgracias anteriores, acaecidas sobre todo durante la Alta Edad Media, desapareció la mayor parte de los pergaminos más viejos. “Teníamos documentos que databan desde el siglo V”, cuenta monseñor Pagano. En incendios y saqueos y por el traslado de Napoleón desapareció gran parte de los pergaminos más viejos
El texto más antiguo que queda hoy es el “Liber Diurnus Romanorum Pontificum”, del siglo VIII, un libro de fórmulas de la cancillería pontificia. Le sigue en antigüedad un diploma del Emperador Otón I, de 962, escrito con caracteres de oro sobre una membrana púrpura. A partir del siglo XII existe ya continuidad. De esa época destaca un diploma con sello áureo de Federico II Barbarroja y el inicio de los “Registros Vaticanos”, donde se encuentran las bulas papales referidas a la Cancillería Apostólica, a la Cámara Apostólica y a los Secretarios de los Pontífices. “El Papa era soberano de soberanos y tenía relaciones con toda Europa y luego también con América, cuando fue descubierta, por lo que el Archivo es clave en la historiografía mundial”, explica el prefecto.
Otra parte que genera mucho interés de los fondos son los “Registros Aviñoneses”, donde se encuentran los documentos de los Papas y los antipapas que se sucedieron durante la última etapa de la Edad Media. Menos interesante tal vez desde el punto de vista histórico pero más atractivo desde la perspectiva personal son los “Registros de las Súplicas”, que contienen 500 años de súplicas a los pontífices por parte de todo tipo de fieles, desde los poderosos a los desarrapados.
Otras secciones muy sustanciosas de los fondos son el archivo de la Secretaría de Estado, cuyos documentos más antiguos son del siglo XVI, el de las Nunciaturas, el de los Concilios y el de las familias. Este último apartado proviene de las dotaciones realizadas por casas nobiliarias importantes italianas, como los Spada o los Borghese, en los que la historia de su apellido se entremezcla con la de la Iglesia, el Vaticano y Europa.
Merece una mención aparte uno de los documentos custodiados bajo el epígrafe “Miscelánea de Armarios”. Se trata de un extracto del proceso a Galileo Galilei. Pagano, autor de un libro sobre este asunto, reconoce que la Iglesia “no entendió” la teoría copernicana y que existían entonces “motivos en contra de Galileo basados en la experiencia”. El astrónomo, además, “tampoco fue capaz de ofrecer pruebas científicas”.
El proceso, apunta el prefecto, “debe continuar estudiándose” ya que sigue habiendo aspectos poco claros. “La pena es que a la opinión pública le llega sólo la idea de que la Iglesia es enemiga de la ciencia y por ello condenó a Galileo”.
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