La derrota interior
He matado a palestinos. Estuve luchando durante la segunda 'intifada'. Entrábamos por la noche en las casas para arrestar a la gente. Promovíamos la venganza y utilizábamos la humillación. No siento que soy una mala persona pero sí alguien que ha vivido bajo una concepción equivocada". Así explica Itamar Shapira, un israelí de 27 años, su decisión de no participar en los combates contra Hizbulá en Líbano. Condenado a 14 días de cárcel, se ha convertido en el tercer 'refusenik' (del inglés 'refuse', rechazar) o insumiso de la guerra libanesa.
A primera vista, la lucha contra la milicia libanesa ha aumentado el fervor nacionalista de la sociedad israelí. El 80% de la población apoya la guerra y pide venganza por la muerte de casi cien personas, unos 60 de ellos, soldados. Una venganza reflejada en el rostro de unas niñas israelíes fotografiadas en una base militar escribiendo mensajes en los misiles que pronto iban a ser lanzados contra territorio libanés.
Fisuras en el Ejército
Aunque el sufrimiento, inicialmente, parecía forjar un unánime apoyo al primer ministro Ehud Olmert, ya aparecen las primeras fisuras: tres reservistas han sido encarcelados desde inicios de agosto por airear públicamente su decisión de no ir a la guerra. Shapira puso empeño: el pasado día 6 se trasladó hasta la unidad que le habían asignado en el frente norte, para informar al comandante de su negativa. "He venido hasta aquí para ser juzgado. Podría haberlo hecho por teléfono pero quiero que mis comandantes sepan que no estoy dispuesto a formar parte de este círculo de sangre. No me importa ir a la cárcel. Quiero que se sepa que no todos los israelíes estamos de acuerdo con la guerra", explica Shapira desde la base militar mientras espera a ser juzgado.
Según Ishai Menuhi, portavoz de la organización Yesh Gvul ('Hay un límite'), cuyo propósito es apoyar a los soldados objetores, hay cinco personas más que están siendo juzgadas por insumisión. Otros 15 se encuentran en contacto con Yesh Gvul y en proceso de tomar la decisión. "Ahora mismo, la mayoría de la población tiene ganas de ir a la guerra. El Ejército no está cansado y quiere ampliar la campaña en Líbano. Es un momento de pasión, de venganza y de orgullo personal. Pero a la vez los soldados comienzan a expresar su horror por los ataques contra civiles. Si continúa de la misma forma, el Ejército perderá prestigio. Pero si consigue frenar el lanzamiento de cohetes, el resultado será el opuesto", asevera Menuhi.
De momento es representativa del estado de ánimo general la opinión del recluta J. —no quiere dar su nombre—, de 23 años, asignado a una unidad naval. "Es mi deber defender a la nación", asevera. "Los milicianos son terroristas y hay que luchar. La operación es peligrosa pero es una guerra y hay que arriesgarse. No pienso nunca en la muerte porque es algo que te da depresión".
También ganar un combate puede producir malestar. Así lo afirma Zoar Shapira, el hermano de Itamar, de 37 años. "En marzo de 2002 vi un ataque suicida palestino en Jerusalén donde murió mucha gente. Un mes después fui llamado a la reserva y enviado a Yenín", recuerda Zoar. "Los soldados iban como locos. Llenos de odio. Entrábamos en las casas y sacábamos a la gente. Había muchos niños. Hice cosas malas. Es una experiencia de la que nunca te recuperas. Después de aquello no he vuelto al Ejército", asevera.
El psiquiatra T. T. —prefiere no revelar su identidad—, militar reservista y especialista en la rehabilitación de enfermos psíquicos crónicos, asegura que los jóvenes son preparados psicológicamente desde la niñez para afrontar la vida militar, que, según él, es un eslabón indispensable en su desarrollo para integrarse en la sociedad. Admite que hay soldados que sufren de estrés postraumático, neurosis de combate y graves problemas de ansiedad, que, a veces, pueden derivar en enfermedades maníaco-depresivas, pero afirma que "el Ejército posee los medios para enfrentarse a este tipo de problemas. Existen grandes profesionales de salud mental que trabajan como reservistas y el soldado que lo necesita recibe terapia privada durante la guerra".
El Ejército no revela las cifras de soldados afectados por este tipo de problemas, pero T. T. estima que el fenómeno tiene escasa relación con los 'refuseniks', que sostienen sólidas razones ideológicas, algo que no se observa, según el psiquiatra, en los soldados que han sufrido algún trauma.
Sergio Yahni, periodista del Alternative Information Center (AIC), una organización de la izquierda no sionista integrada por israelíes judíos y árabes, parece cofirmar esta tesis. Ha estado cuatro veces preso por negarse a acudir a filas como reservista. En 1987, cuando servía como guardaespalda de militares en una unidad de infantería en Líbano, tomó la decisión de ser 'refusenik'. Tenía 18 años. Yahni atestigua que la corrupción en el Ejército era ilimitada y que el contrabando constante de productos libaneses a Israel contaba con la participación de soldados israelíes.
"Presencié la opresión a la población civil y el poco valor que se da a la vida de los seres humanos. Vi muchas torturas por parte de los soldados. Un día arrestaron a tres civiles. Les torturaron quemándolos con cigarrillos y tirándolos a un alambre de púas", relata Yahni. "Comprendí que nuestro enemigo era la población civil. Me negué a luchar y estuve limpiando las letrinas del Ejército durante seis meses. Querían denigrarme para que mis compañeros viesen a lo que se arriesgaban tomando mi decisión", explica. Hoy es uno de los pacifistas más activos del frente antisionista israelí, al que pertenece también Yesh Gvul.
Este movimiento de insumisos se formó durante la primera guerra libanesa, iniciada en 1982. Hasta hoy, unas 1.670 personas se han negado a cumplir el servicio militar o el mes de ejercicios que deben cumplir anualmente todos los hombres menores de 40 años. Unos 630 soldados han firmado un manifiesto de rechazo a la "guerra de ocupación y represión" en Cisjordania y Gaza y se niegan a servir en los territorios palestinos, aunque no renuncian a formar parte del Ejército.
Las Cifras
Tropas. Las cifras son secretas, aunque los expertos creen que hay unos 179.000-190.000 efectivos. No es necesario ser insumiso para evitar el frente: se estima que sólo del 25% al 35% de los reservistas obedecen la orden de acudir a filas. El resto lo elude con excusas de compromisos empresariales, familiares y argumentos de tipo personal. Una forma de 'escaqueo' que normalmente es tratada con benevolencia por el mando militar.
Evitar publicidad
Gobierno y Ejército evitan incluso encarcelar a los insumisos confesos —excepto cuando éstos llaman la atención pública con sus declaraciones— dado que el movimiento adquiere más notoriedad conforme aumenta el número de sus miembros en prisión. Así, el sargento Omri Zeid, que el 2 de agosto se negó a disparar sobre una aldea libanesa y abandonó el frente, no fue juzgado.
El movimiento 'refusenik' molesta profundamente a los estamentos del poder israelí, ya que pone en tela de juicio el concepto del Ejército —conocido como 'Tsahal'— como símbolo del patriotismo y el compromiso con una causa justa, apoyado por toda la población. De hecho, el 'Tsahal' ejerece gran influencia en todos los aspectos de la sociedad israelí. Muchos de los políticos más influyentes de Israel tienen largas e importantes carreras militares y es casi imposible llegar a primer ministro sin tener un glorioso pasado militar. Tras un mes de campaña bélica sin éxitos contundentes, sin embargo, el pueblo escucha a la ultraderecha vehemente y comienza a pensar que el primer ministro israelí, Ehud Olmert y su ministro de Defensa, Amir Peretz, no están capacitados para esta guerra.
"No negociaremos con ninguna organización terrorista, eso era así ayer y será así mañana", aseguró Olmert en un intento de darse el aura de 'duro', que en Israel es rentable políticamente. De ahí que algunos 'disidentes', como el ex diputado Uri Avnery, acusan a Olmert y Peretz —aspirante al cargo de primer ministro— de utilizar la guerra de Líbano para mostrar su capacidad de dirigir una guerra. Ambos políticos carecen del historial militar que sí poseían los generales Ariel Sharon, Itzhak Rabin o Ehud Barak, ministro de Defensa el primero, y jefes de Estado Mayor los otros dos, antes de ganar sus respectivas elecciones.
En Israel, el comandante del Ejército asiste a todas las reuniones del gobiernoEl actual titular del cargo, Dan Halutz, se perfila como personaje de enorme influencia, tanto que Avnery acusa a Olmert de desempeñar un mero papel de portavoz de Halutz. La importancia de este cargo es tal que Israel permite al comandante del Ejército asistir a las reuniones del Gobierno.
La sociedad, de todas formas, vive con una constante presencia de armas, incluso en épocas de relativa paz. Todos los jóvenes han de pasar por el servicio militar; tres años los hombres y dos las mujeres. Durante este tiempo, no sólo se exponen a misiones arriesgadas, como las incursiones en territorio palestino o la vigilancia de los asentamienos de colonos sionistas en Cisjordania —que cuentan con protección oficial del Ejército—, sino que también se mantienen en una especie de alerta continua. Durante este tiempo, casi nunca se separan de su fusil, ni siquiera durante los días de permiso, que pasan en casa de su familia o distrayéndose en Tel Aviv.
Hoy, la cohesión de la población se está resquebrajando. "Hace sólo un par de décadas, la sociedad israelí era más homogénea, gozaba de una gran unidad y las personas se identificaban con un nacionalismo más claro que el que existe hoy en día", observa T. T. "Las últimas generaciones ponen en duda los valores militares, religiosos y nacionales que en el pasado fueron incuestionables". Si Hizbulá resiste, el todopoderoso 'Tsahal' puede empezar a perder la guerra desde dentro.