Lucha de turbantes
Irán lleva meses en las portadas de la prensa mundial, a veces convertido en base de un futuro hongo nuclear. Pero la sombra que éste proyecta sobre el país no parece de momento oscurecer la vida diaria. Ni el logro anunciado en abril por el presidente Mahmud Ahmadineyad —haber alcanzado en el laboratorio el ciclo nuclear completo— ha hecho saltar la euforia.
Eso sí, la controversia nuclear puede desviar la atención de los retos internos y cuestiones irresueltas y convertirse en un pretexto para utilizar la identidad nacional como mecanismo de cohesión interna.
Incluso una figura tan poco alineada con las posturas oficiales como es Shirin Ebadi, abogada, defensora de los derechos humanos y premio Nobel de la Paz en 2003, afirmó en abril pasado en una entrevista que "el pueblo iraní no permitirá que se produzca otro Iraq" y "defenderá su país hasta el último centímetro ante un eventual ataque armado estadounidense".
Sensación de guerra inminente
La sensación de que la guerra es posible se respira por las calles de Teherán. Abdul Karim, seminarista en Qom, ve incluso como "muy probable" un ataque de Estados Unidos a Irán. Cita el precedente de Iraq y los escasos escrúpulos del presidente estadounidense George Bush a la hora de decidir un ataque basándose en dudosas pruebas respecto a las armas de destrucción masiva. Aun así, el respaldo de la opinión pública a la posición iraní defendida en las negociaciones ante Naciones Unidas es rotundo. La población considera justas las reivindicaciones del Gobierno y piensa que una sanción internacional sólo sería una manera de evitar que Irán consiga un papel regional importante. Pero aún así, la cuestión nuclear no logra acaparar el debate nacional, y mucho menos significa que esa unanimidad se dé en todos los campos de la política iraní. La cuestión nuclear no logra acaparar el debate nacional ni suscita unanimidad
Tuvo enorme repercusión interna el decreto que autoriza a las mujeres acceder a los campos de fútbol: la polémica creada demostró la lucha de poder que se desarrolla en en este momento en Irán entre la cúpula religiosa y el poder civil, representado, en este caso, por Ahmadineyad. El presidente, laico pero defensor de la muy religiosa ideología 'neo-jomeinista', se enfrenta a las diversas facciones político-religiosas. Ahmadineyad llegó a la presidencia apoyado por Tariq Mizbah al Yazdi, quien no ocupa cargo institucional en la república pero es para algunos el 'duro' de la cúpula del poder y el más importante clérigo de Qom, capital ideológica del régimen. Pese a tratarse de una iniciativa de su protegido, Yazdi rechazó explícitamente la autorización que franqueaba la entrada al estadio a las mujeres.
Alí Jamenei, Líder Espiritual y máxima autoridad del país, ha aprovechado la oportunidad para expresar también su oposición y marcar los límites del poder presidencial. Esta postura quedó nítida al conceder a Hashemi Rafsanyani, actual presidente del Consejo de Discernimiento, más atribuciones ejecutivas, supuestamente en detrimento de Ahmadineyad. Éste también tiene las manos atadas en el ámbito de la política exterior, y en especial en lo relacionado con el tema nuclear: es el Consejo de Seguridad Nacional, un órgano colegiado, que discute, decide y negocia internacionalmente esta cuestión. Varias facciones político-clericales se disputan en control de las instituciones gubernamentales
El complejo entramado de controles recíprocos hace que ningún organismo tenga por sí solo la capacidad absoluta para decidir sobre temas fundamentales en política interna y exterior. Esto causa una disputa del control de las diferentes instituciones por parte de las facciones político-clericales, a menudo con definiciones ideológicas flexibles, y cuyos vínculos de parentesco y regionales determinan las lealtades políticas.
Así, el actual presidente Mahmud Ahmadineyad y el jefe del parlamento Haddad Adel son laicos y pertenecen a una generación más joven que los clérigos fundadores del actual régimen, pero les unen lazos de parentesco muy firmes con éstos. El primero es yerno de Ahmad Yannati —Jefe del Consejo de Guardianes— y el segundo es consuegro de Alí Jameneí, el Líder Espiritual. La mayoría de los miembros de la cúpula del poder proviene de los círculos de oración de la mezquita Haqqani en la ciudad de Qom, tiene aproximadamente la misma edad y ostenta el grado religioso de hoyatoleslam.
Desde la muerte de Jomeiní, este sistema de equilibrios de poder iraní intenta eliminar o neutralizar cualquier tendencia que pudiera perturbarlo. La llegada de Ahmadineyad a la presidencia en 2005 introdujo algunos cambios: designó personalmente a la mayoría de los embajadores en Europa y a algunos ministros —como el de Petróleo, puesto clave para el sector económico y exterior iraní— sin consultarlo siquiera con su propia facción política Abagdarán (Coalición por el Desarrollo Islámico de Irán). Su desconocimiento de la regla tácita de consenso explica que incluso su grupo en el Parlamento haya rechazado hasta en tres ocasiones los nombres propuestos por el presidente. El cuarto candidato fue negociado con los legisladores.
Pero Ahmadineyad coloca sus peones: últimamente, muchos de los nuevos gobernadores designados por la presidencia provienen de ambientes relacionados con la seguridad y los servicios de inteligencia y son afines a los basiyíes (o juventudes de los pasdarán) que apoyan las iniciativas presidenciales. No se trata tanto de cambiar la ideología del régimen —los pasdarán son extremamente conservadores— como de reducir el poder de los círculos del clero. La apuesta de Ahmadineyad en el caso del fútbol le permite obtener un apoyo popular que estaba cuestionado debido a la ideología conservadora que demostró durante la campaña presidencial del 2005.
Para Ziba, una mujer divorciada con hijos, editora y militante por los derechos de la mujer, la situación de los derechos de la mujer no ha sufrido cambios negativos en el último año con Ahmadineyad, como tampoco los hubo positivos durante los anteriores ocho años de presidencia reformista. Los cambios tendrían que haberse dado en el seno de la sociedad iraní, que a pesar de tener aspectos muy modernos, incluso en la capital sigue siendo tradicionalista en cuanto al papel de la mujer en la sociedad y la familia.
Cambios cosméticos
Según Ziba, el acceso de la mujer a la universidad no ha significado una mejora del papel femenino en la sociedad iraní. Mucho menos lo ha sido la participación femenina en política, más allá de haber sido utilizada por el gobierno de Mohamed Jatamí para mostrar la apertura de cara al exterior. Un 90% de los iraníes se siente "orgulloso" de su nacionalidad
Otra de las cuestiones pendientes es la libertad de expresión. La detención de Ramin Yahanbeglu, un prominente intelectual y politólogo iraní, ha vuelto a recordar el negro período de enfrentamiento entre reformistas y conservadores de la era Jatamí y plantea a los militantes progresistas nuevas estrategias y objetivos.
Reza, un estudiante universitario que experimentó la cárcel iraní durante las revueltas universitarias del 1999, reconoce que el movimiento estudiantil sobredimensionó las posibilidades de reforma durante los años anteriores a Ahmadineyad. Considera que se pretendió ir demasiado deprisa en las medidas democratizadoras y que sólo se logró una represión violenta. De haber sido un proceso de reformas graduales, cree, ahora existiría un movimiento estudiantil articulado y con capacidad de presión nacional.
Hadi, estudiante de sociología de la universidad de Teherán, no comparte la visión de la gradualidad de las demandas democráticas, pero se muestra igual de pesimista ante la posibilidad de cambios en el régimen.
Los sondeos del instituto sueco World Values Survey muestran una fuerte identificación de los iraníes con el concepto de identidad nacional: preguntado a qué concepto geográfico se siente pertenecer, el 49,5% de los iraníes responde que "al país"; sólo un 6,8% se refiere a "la región". El 89,5% dice sentirse "muy orgulloso" de su nacionalidad, una cifra que no supera el 40% en los países europeos.
Diversidad
El persa —o farsi— es la lengua oficial y el principal vehículo de comunicación en este inmenso país —tres veces mayor que España y poblado por 60 millones de personas— pero sólo el 51% de los iraníes lo habla como idioma materno. El azerí, el kurdo, el baluche e incluso el árabe son hablados por grandes conjuntos de la población. A ellos se añaden una decena de idiomas iraníes cercanos al persa —como el dari afgano—y varias lenguas de origen turco hablados por grupos minoritarios. En la propia Teherán es habitual encontrar gente hablando en diversas lenguas.
Sin embargo, las diferencias no ha causado grandes reclamaciones separatistas, más allá de las tensiones en el Kurdistán y en el Azerbaiyán iraníes, y algunas manifestaciones y enfrentamientos en Juzestán, la zona arabófona lindante con Iraq. En el caso de un ataque exterior sería difícil explotar la diversidad étnica para derrocar al presidente o apoyarse en facciones opuestas al poder central. Más probable sería un aglutinamiento firme en torno a los símbolos nacionales.