Alejandro Luque
[Trieste · Dic 2010] Italia entrevista J. A. González Sainz | Escritor «Donde hay fronteras, hay apertura, pero también cerrazón»
La cita es en el San Marco, uno de los legendarios cafés triestinos de principios de siglo, el mismo en el que Claudio Magris suele pasar largos ratos contestando su correspondencia. J. Á. González Sáinz (Soria, 1956) asoma puntual por una esquina, entra en el local, saluda con cierta familiaridad a los camareros y toma asiento. Aquí conoció al propio Magris, uno de los intelectuales más influyentes de la Italia actual, del que ha terminado siendo su traductor al español.
Pero el pretexto es hablar de su última novela, Ojos que no ven (Anagrama), una reflexión sobre la violencia con el terrorismo vasco como telón de fondo, que viene a sumarse a la brillante trayectoria iniciada con Los encuentros (1989), respaldada con el premio Herralde con Un mundo exasperado (1995) y confirmada con Volver al mundo (2003).
Afincado en el norte de Italia desde hace casi treinta años, el escritor denuncia el modo en que la sociedad española ha hecho la vista gorda durante años con la ignominia de ETA, y propone un curioso final para el culebrón de Berlusconi.
¿Qué lleva a una persona normal a empuñar un arma en nombre de un nacionalismo?
Pues que no es normal, es decir, cabal, emocional e intelectualmente cabal. Hay que estar muy ciego y ser muy fanático, muy dogmático y sobre todo muy estúpido para matar a una persona o colaborar a que ello sea possible de los muchos modos que hay de colaborar. Me importa sobre todo el componente totémico, simplificador y absolutizador.Todos sufrimos pérdidas, abandonos, desengaños en la vida —del hogar, de certezas, del paraíso infantil…—, la vida es en buena parte eso, un ir perdiendo (y también ganando) y un sentir su insuficiencia, y ante ello hay dos opciones: o coger el toro por los cuernos y afrontarlo existencialmente sin excusas escapatorias, con la dignidad que cada cual persiga, o sublimar.
¿A dónde puede llevar la segunda opción?
Los nacionalistas caen rendidos o se meten por interés en una máquina salchichera de sublimaciones, en un dispositivo que usurpa y tritura las cosas más teóricamente hermosas (Patria, Dios, Tierra, Pueblo, Libertad…) haciendo de ellas un revoltillo ideológico que se vende poniéndole una mayúscula dogmática a la que rendir sacrificios y a la que subliman la racionalidad y concreción de las cosas reales, dejándose fascinar por discursos más o menos astutos que, a base de repetir y simplificar, consiguen que tengan éxito engañifas tan burdas que si bien las miramos es para echarse a reír.Esas máquinas pueden hacer que una persona no sólo empuñe un arma, sino que aniquile la estructura de su vida en función de odios, rencillas, enemigos fáciles que tienen la culpa de todo.
¿Por qué ha tenido, entonces, tanto prestigio la figura del guerrillero en el siglo XX?
Es un prestigio adquirido en la Historia —el guerrillero viene de España, de las guerrillas antinapoleónicas, que ha exportado esa imagen— y se trata de un prestigio ante el cual claudica la racionalidad de muchos, incluso del Conrad que apoyó a las partidas carlistas. Pero lo cierto es que es fácil meter de matute mala mercancía en los mitos creados. Como si ser guerrillero fuera ya noble, positivo, heroico ya de por sí con independencia de la Causa por la que lucha, y no a veces la flor que ha ido creciendo en un estercolero moral, como en el caso del terrorismo vasco.
¿Quiénes han sido los cómplices del crimen en el País Vasco?
Hay toda una estructura cultural, sentimental, moral, y también económica o eclesiástica, que ha colaborado para que la sociedad contemplase la existencia del terror com algo normal o beneficioso para algo. Todos los que han trabajado en esa dirección son culpables a su manera, y el arco, como digo, es muy amplio. Cuando presenté “Ojos que no ven” en Bilbao, la persona que me acompañaba se paró por la calle a saludar a alguien, y al despedirse me dijo: “Un tipo majo, le mataron a su padre”. Yo no logro entender el paso de una parte a la otra de la frase como algo normal. Hay una quiebra brutal entre ambas, que esconde muchas cosas.
En su novela, de hecho, pone de manifiesto el peligro de las palabras, en las manipulaciones del lenguaje.
Es posible que donde primero se empiece a observar los síntomas de casi todo sea en el lenguaje. Es un tornasol, un sensor donde se detecta todo. Hay excelentes estudios sobre la manipulación del lenguaje totalitario que, aplicados a nuestra realidad, podrían darnos sorpresas desagradables. Cualquier lector español se da cuenta de que Ojos que no ven trata del País Vasco, pero he puesto mucho cuidado en que se mencionen muy pocos topónimos. Y ello se debe a que he querido afrontar el tema de la violencia en sí, y el regreso de la violencia en las generaciones y su preludio en el lenguaje.
A veces me he preguntado cuánto costaría, en una sociedad como la española, que una chispa volviera a encender una mecha fraticida como la del 36, que damos por muy superada.
Eso es casi una obsesión para mí, cuando de las personas empieza a salir lo peor por sistema. En una estructura totalitaria, o que se dirige hacia ella, de las personas sale siempre lo peor. Constatar eso es motivo por lo menos de tristeza: que en el progreso de los valores racionales todo es muy débil, muy frágil y perecedero, coyuntural. La victoria de la racionalidad no es nunca un triunfo definitivo sobre la insensatez. Cuando ésta tiene una estructura de poder, cualquiera que ésa sea, de ínole estatal o bien mafioso o clandestino, sobre la que asentarse, vuelve con toda su fuerza.
¿Cómo vivió el conflicto de Yugoslavia, tan próximo a esta ciudad?
Lo viví mal, con una gran preocupación. Recuerdo que el mismo día que estalló el conflicto en Eslovenia conocí a Claudio Magris, aquí mismo, que acababa de escribir un artículo sobre ese estallido contando que Eslovenia o Croacia eran un mundo donde Trieste está geográfica e históricamente enmarcado... En esa Guerra y en el horror que trajo aparejado me di cuenta de lo que suponía el desmembramiento de un país, aunque en el caso de Yugoslavia fuera un país reciente. Caídas las reglas que mantenían el juego, no tardarían en aparecer las mil y una miserias y crueldad humanas. Eso está al acecho, en cualquier momento, en cualquier sitio.
Se dice a menudo que vivir en Trieste es como hacerlo en ningún sitio. ¿Lo ve usted así?
Un poco sí, pero también todas nuestras ciudades, en cierto modo, son ciudades de frontera y cada vez más son ningún sitio. Geográficamente esto está al lado mismo de otros países y otras culturas. Pero tampoco es verdad que esta ciudad esté completamente abierta; eso es más bien el mito que conviene cultivar, pero la realidad deja mucho que desear. Todavía viven aquí muchas personas que tuvieron que abandonar la vieja parte italiana de Eslovenia y Croacia, todavía hay quien sufrió las represalias titoístas por una parte, y las fascistas por otra. No se han cerrado las heridas del todo, y la cerrazón respecto del otro es todavía grande. Donde hay fronteras hay siempre apertura, pero también cerrazón. El tiempo y la paciencia cultural pueden cambiarlo, y también estropearlo, claro. La prueba: el intelectual más prestigioso de la ciudad es un ejemplo de esfuerzo por la apertura y la racionalidad, pero no todos son Magris. «No hay día que un programa de máxima audiencia en Italia no dedique un debate contra Berlusconi»
Dice Magris que el signo triestino por excelencia es el anti-purismo, que en literatura se traduce como “la búsqueda de una verdad antes que de la belleza”. ¿Hay algo de eso en su obra?
Me interesa una literatura que no haya desistido de vérselas con los nudos más peliagudos de la condición humana. En este sentido, la cultura clásica, en la que no se ha realizado la separación entre lo bello y lo bueno y lo verdadero, me interesa más que la que decreta esa separación. Mi gran ambición es al menos intentarlo. Santayana decía que toda belleza tiene un vislumbre de bien, y puede que al revés también funcione...
Y a Magris, ¿se le tiene en cuenta aquí, en Italia? ¿Es una voz atendida?
Creo que Magris ocupa un lugar más importante en el mundo que en Italia. Aquí es enormemente reconocido, claro, como uno de los más importantes intelectuales de este país, y su presencia en libros y en las páginas de Il Corriere della sera están en la mejor tradición italiana, en el liberalismo de Salvemini, de Giustizia e Libertà, de una izquierda católica y laica a la vez, abierta, democrático-liberal, antitotalitaria. Claro que las fuerzas que van en contra de todo ello son aquí muy poderosas. El berlusconismo, ese nuevo fenómeno, ha dejado una huella profunda en un país hasta hace poco atenazado por dos corrientes totalitariamente comtrapuestas, la Democracia Cristiana y el viejo Partido Comunista. Todo lo que sea mantener despabilada la llama de la racionalidad profundamente liberal no es sólo necesario, sino fundamental.
En España da la sensación de que el berlusconismo es una plaga, afianzada sobre el poder mediático, para la cual no se ha inventado aún remedio...
Tal vez en España se tenga una idea distorsionada de la situación. Creo que Berlusconi va a acabar mordiendo el polvo justo donde se creía más fuerte: por la televisión y por sus aliados. Por la televisión, porque ya quisiera yo que en Barcelona, por ejemplo, hubiera una centésima parte de las horas de emisión de programas digamos no gubernamentales que Berlusconi tiene, en hora punta, en su contra. No hay día que un programa de máxima audiencia no dedique en alguna de las cadenas un debate contra Berlusconi. El mayor contrincante intelectual es un tipo de la derecha liberal clásica, Travaglio, con libros superventas, con intervenciones televisivas, con su relevancia en la creación de un nuevo periódico, Il Fatto Quotidiano... Es un azote permanente, ¡y todo el mundo piensa que es de izquierdas!.
Y la izquierda italiana, ¿a qué se dedica mientras?
Creo que la izquierda, en Occidente entero, está , por decirlo con suavidad, atontolinada, desorientada, paniaguada y cerril. La crisis de la izquierda es por una parte buena y saludable, no puede seguir como si no hubiera existido el siglo XX y todas sus atrocidades, instalada en la demagogia y una arrogancia cultural y moral ridículas (hay que ganarse cada día el respeto moral y politico), y por otra es la crisis de un mundo completamente desnortado, emponzoñado, con hinchazones económicas y morales graves, muy satisfecho consigo mismo, con poca capacidad para recobrar un camino noble, común, digno, esforzado... Es una crisis de sistema donde no es que no haya valores, como se suele decir, pues valores ya lo creo que los hay, y además quizá más valorados que nunca: el dinero, el éxito, el figurar, la estética, el consumir... Y grandes cantidades de personas de izquierdas se rigen por ellos. La transvaloración de Nietzsche creo que se ha hecho en el peor de los sentidos.
Acabemos por donde empezamos. ¿Cómo imagina el fin del terrorismo?
Lo imagino sólo como un paso hacia la necesaria regeneración moral de todo lo que ha tenido que ver con eso, y cuanto ha alentado y mantenido eso. No es sólo que se deje de matar, es toda una serie de relaciones morales que están tocadas de muerte en su totalidad. Hemos mirado para otra parte, pero las cotas de sectarismo, de intimidación, de amenazas, de crueldad a los familiares de las víctimas, hacia las personas que no pensaban igual que los matones, los acusicas y los meapilas, han sido brutales. En algunos casos puntuales, se ha llegado más allá de los grados de devastación totalitaria que asolaron Europa, como se denuncia en “Ojos que no ven”. Y toda la sociedad española ha sido perjudicada y ha estado implicada de algún modo, muchos hemos jugado, de un modo u otro, a comprenderlos.