Francia y la laicidad
Historia y actualidad de una no-religión de estado
Tres grandes religiones monoteístas dominan el mapa de las creencias a lo largo y ancho del Mediterráneo. En numerosos países éstas encuentran una transcripción en los textos constitucionales y principales leyes, mientras que en otros las declaraciones formales de aconfesionalidad del Estado contrastan con la religiosidad de facto que impregna la vida política y el funcionamiento de muchas de las instituciones.
Francia, antaño la “primogénita de la Iglesia”, ha hecho sin embargo de la laicidad una de sus principales banderas, pilar y signo de distinción de su tradición republicana y de su modelo de Estado. Pero, contrariamente a como pudiera pensarse, el espíritu laico no vino de serie con la Revolución Francesa, ni la laicidad está desprovista hoy en día de desafíos mayores, no siempre procedentes del exterior.
La convergencia dolorosa entre republicanismo y laicidad
Hasta 1789 la educación en Francia fue monopolio de la iglesia católica. Con la Revolución se establece progresivamente un sistema mixto en el que las escuelas religiosas conviven con las emergentes escuelas públicas y laicas. Con el objetivo de crear un “clero constitucional” que reemplace a la estructura eclesiástica ligada al Antiguo Régimen, la Constitución Civil del Clero, de 1790, convierte a los curas en una especie de funcionarios de la nueva República, denegando al Papa la potestad de nombrar a los obispos. Sin embargo, estas medidas apenas tienen tiempo de asentarse: derrotados los jacobinos e instaurado el Imperio, Napoleón firma el Concordato de 1801 que devuelve parte de sus privilegios y autonomía a Roma. Este acuerdo permite a la Iglesia católica mantener un amplio margen de maniobra en el establecimiento de escuelas, programas o en el control de los maestros, si bien inaugura un periodo de complejo equilibrio y tensiones crecientes que caracterizará la vida pública francesa a lo largo del siglo XIX.
Por un lado, los conservadores ven en la inminente educación laica y republicana el fin de su monopolio histórico y, por ende, de sus privilegios en el resto de esferas; por otro lado, los revolucionarios y herederos de la tradición jacobina desean romper definitivamente con la Iglesia y abolir cualquier tipo de manifestación religiosa fuera del ámbito privado. Estas tensiones alcanzan su cenit en 1871 durante la Comuna de París. Consecuencia en parte de la hostilidad acumulada por las clases populares hacia un catolicismo identificado con la reminiscencias de los privilegios del Antiguo Régimen, especialmente desde los levantamientos populares de 1848, el gobierno popular de la Comuna rompe con la ley 1801 y declara la separación del Estado y la Iglesia. Desde los levantamientos populares de 1848, el gobierno popular de la Comuna rompe con la ley 1801 y declara la separación del Estado y la IglesiaA pesar de la dura represión que terminará con la Comuna (La semana sangrienta orquestada por Thiers), el restablecimiento del anterior orden republicano persiste tímidamente en los avances laicistas.
En los años que siguen, dos eventos van a marcar definitivamente el camino de la laicidad en Francia. En primer lugar, Jules Ferry, primero como ministro de la Instrucción Pública, más tarde como jefe del Gobierno, establece en 1890 la gratuidad, obligatoriedad y el carácter laico de la escuela primaria para ambos sexos. Cerca de 5.000 miembros de distintas congregaciones religiosas, la mayoría jesuitas, son expulsados del sistema público de educación. Desde entonces, el catecismo y el crucifijo desaparecen de la escuela pública francesa y la religión traslada a los centros privados de enseñanza su refugio y nuevo campo de batalla. En segundo lugar, la ley 1905 de Aristide Briand, todavía vigente en la actualidad, anula el Concordato de 1801, separa definitivamente la Iglesia del Estado e inaugura lo que desde entonces se conoce como “la laicidad a la francesa”.
Teoría y prácticas de la laicidad a la frances
Con la ley 1905 la República asegura la libertad de conciencia y la garantía del libre ejercicio de los diferentes cultos, pero no reconoce ni subvenciona ninguno de ellos. Ningún religioso es remunerado por el Estado por ejercer como tal, los establecimientos públicos de culto son disueltos y reemplazados por asociaciones culturales (de hecho, la ley 1905 que regula hoy cualquier organización religiosa en Francia es la misma que se aplica a las entidades sin ánimo de lucro tales como las ONG), los lugares de culto construidos antes de esa fecha pasan a ser propiedad del Estado (las catedrales) o de los municipios (las iglesias y parroquias), así como sus bienes, si bien las diferentes administraciones se guardan el derecho de ceder los primeros y devolver los segundos a las nuevas asociaciones culturales (cesión y devolución que sistemáticamente tienen lugar).
En Francia el término “laicidad” (distinto de “laicismo”) se emplea para describir el principio, o la situación que de éste se deriva, de separación del Estado de las distintas estructuras religiosas. Partiendo del ideal republicano de En Francia el término “laicidad” (distinto de “laicismo”) se emplea para el principio de separación del Estado de las distintas estructuras religiosas. separación escrupulosa del lugar de constitución de derechos y libertades (esfera pública) del lugar de disfrute y ejercicio de éstos (espacio civil público y privado) como única manera de garantizar la convivencia entre ciudadanos “libres e iguales”, la abstención institucional en materia de creencia e increencia que postula el enfoque laico aparece como garante de la tolerancia e igualdad de trato, por parte de la Administración, de los distintos cultos y creencias existentes en la sociedad civil.
Enfrentado a la laicidad se sitúan dos enfoques diagonalmente opuestos: el laicismo o ultra-laicidad, hostil a cualquier expresión religiosa, reivindica su estricta restricción al ámbito privado (cierre de lugares públicos de culto, prohibición de manifestaciones religiosas al aire libre tales como rezos colectivos o procesiones), y el comunitarismo que, amparándose en la libertad de expresión y en el derecho a la diferencia, denuncia el supuesto carácter intolerante de la laicidad y propugna que las minorías culturales que conviven en la sociedad civil puedan hacer valer en la esfera pública (parlamentos, tribunales, escuelas) sus particularidades socio-culturales (religiosas, étnicas, raciales, lingüísticas, etc.). Mientras que la hostilidad del laicismo es principalmente herencia de la vieja tradición anti-clerical francesa fruto de las luchas históricas contra los privilegios del catolicismo, el auge actual del comunitarismo tiene orígenes más recientes ligados principalmente a la consolidación de una comunidad musulmana proveniente de la descolonización y la inmigración.
Hasta aquí la historia y la teoría, tan recurrentes en los omnipresentes debates sobre los nuevos desafíos a los que continuamente parece (auto)enfrentarse la sociedad francesa y su modelo republicano, centrados en los últimos años precisamente en cuestiones ligadas a la laicidad a raíz de episodios tales como la aprobación en 2004 de una ley que prohíbe la exhibición de cualquier símbolo religioso en las escuelas públicas, más conocida popularmente como “Ley del velo”. Pero, ¿la esfera pública laica y la sociedad civil realmente conviven en Francia en universos paralelos sin jamás tocarse? ¿El Estado francés permanece en la práctica inmune e imparcial ante las tensiones religiosas que se desarrollan en el seno de la sociedad? ¿Estas tensiones sólo provienen de la comunidad musulmana? ¿Un siglo de laicidad republicana ha tenido algún efecto secularizador sobre la sociedad francesa?
Actualmente, dos tercios de la población francesa se declara católica, si bien tan sólo el 5% se reconoce como practicante. Aún así, las escuelas y universidades privadas, prácticamente todas católicas y ninguna islámica, reciben en numerosas ocasiones ayudas públicas, están exentas de cumplir la ley relativa a los símbolos religiosos y cuentan con un margen de maniobra mayor en el diseño de la evaluación de su alumnado que, además, puede optar a becas del Estado.El 25% de los franceses católicos y creyentes se declaran de izquierdasEn el plano político más coyuntural, a raíz de la visita del Papa Benedicto XVI a Francia en septiembre de 2008, Nicolas Sarkozy se sumó a las críticas del Pontífice al relativismo institucional francés, reconociendo que la laicidad había ido demasiado lejos, derivando en posiciones anti-clericales propias del laicismo y frente a las que habría que apostar por una “laicidad positiva”.
A pesar de que tan sólo el 25% de los católicos creyentes se declara de izquierda, estos guiños de ojo a las raíces cristianas francesas no son exclusivos de la derecha gala. Bertrand Delanoë, alcalde socialista de París, presidió en 2006 junto a la jerarquía católica capitalina el bautizo oficial de la esplanada situada frente a la catedral de Notre Dame como Plaza Juan Pablo II. A lo largo de todo el país, las autoridades locales, independientemente de su color político, hacen sistemáticamente la vista gorda o directamente autorizan las marchas “por la vida y en defensa de la familia” organizadas por grupos ultracatólicos antiabortistas. En todos los casos, las organizaciones sociales que levantan la bandera de la laicidad como protesta son reprimidas.
Los críticos del modelo francés y los representantes de las religiones minoritarias en Francia, especialmente el 5,8% de la población francesa que se declara musulmana, ven en los anteriores ejemplos una Muchas personas en francia consideran que existe una “laicidad a dos velocidades”“laicidad a dos velocidades” que priorizaría en la práctica la tradición católica mientras reivindica públicamente el carácter laico de la República frente al ascendente comunitarismo.Sin embargo, a este fuego cruzado entre las declaraciones formales de laicidad, las supuestas concesiones a la comunidad católica y las reivindicaciones identitarias de las otras creencias minoritarias, asiste impasible la comunidad de aconfesionales: ateos, agnósticos, libre pensadores o simplemente laicos. Supuesto sujeto ideal del hermanamiento entre republicanismo y laicidad, engrosa las filas del 65% de franceses favorables a la “ley del velo” y suple progresivamente la pérdida de peso de los católicos creyentes en mayor medida que la creciente comunidad musulmana.
Una aparente concordancia (un Estado sin religión oficial y orgullosamente laico en las declaraciones de principio para aquellos que no profesan ninguna religión) con más de dos siglos de Revolución y varias constituciones a sus espaldas, que sin embargo esconde otra historia que también habla de laicidad y religión, entendida más allá de su estricta influencia confesional. Una historia menos constitucional, aunque tanto o más constitutiva. Una historia en la que hasta 1965 las mujeres necesitaron de una autorización de sus maridos para abrir una cuenta bancaria o ejercer una profesión; en la que hasta 1970 el padre dejó de ser el único responsable legal de la tutela de los hijos; en la que la despenalización del aborto tuvo que esperar hasta 1975; o en la que todavía hoy en día los matrimonios se limitan a personas de distinto sexo.
En fin, una historia pasada y un debate actual, el de la laicidad en Francia, que habla tanto de las relaciones Estado-Iglesia o de las grandes declaraciones de intenciones, como de patriarcado y género. Y donde no faltan las contradicciones. Como aquel político, socialista, homosexual y alcalde de la capital de un Estado laico, que inauguraba plazas con el nombre de un pontífice católico que se distinguió por su lucha contra la homosexualidad y el uso del preservativo.