Andrés Rábago (Madrid, 1947) lee cada mañana el periódico en busca de inspiración. Y las noticias de la prensa diaria nunca le defraudan: el absurdo, la sinrazón, las perversiones del lenguaje, brotan naturalmente de cualquier titular.
Pero insiste también en que no le interesan tanto las noticias de primera página, ni lo que llamamos los protagonistas, como lo que no salta a primera vista. Y siempre da voz a quienes no la tienen: de un tiempo a esta parte, en una viñeta diaria en el diario El País. “Cada día intento dibujar lo que quiere ser dibujado”, asegura.
Se considera su trabajo como humor gráfico, pero con mucha frecuencia, más que provocar la risa, golpea o sacude al público que desayuna cada mañana con él. ¿Es un contrasentido?
Bueno, yo nunca hablo de humor, de hecho trato de rehuir el término. Prefiero hablar de sátira, que es una tradición incluso anterior a la del propio humor.
Usted asegura fijarse más en los pintores como Goya que en los dibujantes de prensa, pero, ¿es consciente de haber creado escuela? ¿Sabe que muchísimos dibujantes emulan el estilo de El Roto?
No me preocupa, lo que yo intento es crear lenguajes nuevos dentro del campo de la sátira. Que no sean siempre dos hombres que hablan entre sí, que puedan hablar los edificios, las plantas… Que se amplíe el territorio. Y también la forma de expresarse, que tenga un contenido de lenguaje más complejo, y sobre todo que no sea un mero insulto, que haya una voluntad de entendimiento detrás de ello. «Yo nunca hablo de humor, prefiero hablar de sátira, que es una tradición incluso anterior»
Transiciones
El artista defiende la idea de que una buena viñeta debe tener, sobre todo, un buen dibujo. “A partir de ahí se pueden hacer cosas, pero sin dibujo no hay nada. No basta una buena idea”, asevera. Eso, y una mirada inteligente del otro lado: “No soy capaz de dibujar si no siento que hay un receptor”, agrega.
Rábago, que debutó a finales de los años 60 en Hermano Lobo, se forjó como dibujante en publicaciones como La Codorniz, Cuadernos para el Diálogo o Ajoblanco, y más tarde en medios como Cambio16, Informaciones o La Hoja del Lunes. Empezó firmando sus trabajos con el sobrenombre de OPS, pero con la llegada de la democracia, y a partir de circunstancias personales que prefiere pasar por alto en la conversación, dio un viraje radical a su estilo y pasó a llamarse El Roto. «Estamos hipnotizados por los avances tecnológicos, hay un nivel de conciencia bajísimo»
Los trabajos de OPS han permanecido durante años bajo llave. “Todo ese material ha estado en una maleta cerrada durante años, no quería enfrentarme a él. Ahora me he atrevido a revisarlo para un gran catálogo que se está preparando, pero nada más. OPS es un difunto”.
Recientemente hemos asistido a secuestros de publicaciones, a amenazas de muerte a dibujantes. ¿Son tan malos tiempos para la libertad de expresión, lo han sido siempre?
Es un momento bajo, pero en todo. No nos damos cuenta de que estamos en una decadencia. El brillo de las conquistas no nos deja ver la profunda decadencia de nuestra sociedad. Estamos hipnotizados por los avances tecnológicos, no nos damos cuenta de que la Naturaleza no se puede acompañar a los ritmos a los que la estamos sometiendo… Hay un nivel de conciencia bajísimo. Todo ello no me lleva a ser pesimista, porque pienso que se puede superar, pero sí me lleva a ser consciente de que no estamos en nuestro mejor momento.
Ahora Le Monde está publicando trabajos de dibujantes que están siendo perseguidos o amenazados en sus respectivos países. ¿Es el suyo un gremio solidario, mantienen contacto con estos colegas?
No creo que se trate de una cuestión de solidaridad. Lo importante es que las conductas criminales deben ser perseguidas por la policía. Evidentemente, cualquier persona que esté amenazada cuenta no sólo con un apoyo gremial, sino como ser humano. Estamos asistiendo a un choque tectónico. Vemos los efectos de los terremotos físicos, pero no los de los terremotos ideológicos que se están produciendo. Están chocando bloques de distintos conceptos, religiosos, políticos, sociales, de costumbres… Y esos choques están produciendo desastres. Saber eso, tenerlo en cuenta, sería un gran avance. Probablemente, uno de los mecanismos que ha puesto en marcha esos movimientos de capas es la globalización.
¿Piensa en algún espacio geográfico concreto?
Evidentemente, hay zonas sísmicas clásicas, como Oriente Medio: ahí es donde están los choques más fuertes.
Esos movimientos pueden propiciar cambios de régimen político. ¿Qué papel juegan los dibujantes en las transiciones? En España al menos fueron muy importantes…
Creo que su actividad es muy importante, porque suele ser un tipo de trabajo reflexivo, distanciador, con capacidad de ver las cosas de una manera diferente, desde puntos de vista ajenos a los mecanismos que se ponen en marcha por la dinámica política o la dinámica social.
En democracia suele decirse que el gran enemigo del artista es la autocensura. ¿Hay otras presiones, otros condicionantes?
El trabajar con miedo es imposible, te inhabilita para este oficio, o harás una cosa mediocre. Tienes que trabajar con libertad, y sabiendo que está ejercida no en beneficio propio, para brillar personalmente, sino como algo que representa un pensamiento colectivo. Sólo ahí es posible hacer cosas.
Es usted un enemigo declarado de la televisión, que recomienda tirar por la ventana, y suele alertar sobre los peligros manipuladores de los medios en general. ¿Va internet a potenciar estas manipulaciones, o por el contrario abrirá nuevos espacios de libertad e independencia mediática?
Creo que hay que liberarse de los medios: son demasiado potentes como para ser contrarrestados de ninguna manera. Creo que si la mayoría de la población los apartase, cambiarían.