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Blanca Andreu (La Coruña, 1959) fue un verdadero fenómeno para la poesía española de los años 80. Desde entonces, su vida y su obra tomaron caminos azarosos, que desembocaron en un prolongado silencio editorial. Ahora, la Fundación Lara publica, diez años después de su último libro, un nuevo poemario, Los archivos griegos, en los que esta autora atlántica desvela una honda vocación mediterránea.
Se pregunta Blanca Andreu en uno de sus nuevos poemas “cuánta gente guarda una Grecia atesorada en su interior”, y acaba aseverando que ella conserva su propia Grecia “fundida con la que aprendí/ contemplando sus olivares como mantos desde la altura”.
El país real, geográficamente localizable, y la Grecia ideal que perdura en el imaginario colectivo como cuna de la civilización mediterránea se entreveran en los versos de la escritora gallega. “Los poemas están escritos después de conocer el país, pero en mis libros anteriores ya hablaba de Grecia, de algún modo siempre había estado allí y pensado en este lugar como nuestra raíz más luminosa”, afirma. “Pero me prendé de Grecia no sólo por el Partenón y otros encantos artísticos, sino por cómo son los griegos. Un país lo hace su gente, y allí descubrí cosas que me gustaban muchísimo”.
“En mi primer viaje, por ejemplo, vimos a un mendigo. Me dijeron que no le diera limosna si no quería, pues por ley cualquier persona que tenga hambre puede ir a un restaurante y tiene derecho a que le den algo. Si en el mundo estuviera garantizado que nadie pasara hambre, todo sería mucho más hermoso”, explica Andreu. “Por otro lado, pude ver cómo cuidan a los animales los vecinos, aunque se trate de un gato callejero. Con lo amante de los animales que soy, ya me pareció el mejor país del mundo, pero ya lo decían los antiguos griegos: la salud de un pueblo se mide por la salud de sus animales”.
Una vieja leyenda sostiene que son ellos los dioses antiguos
que se negaron a partir de Grecia
cuando fueron vencidos antaño
que el luminoso Zeus Olímpico y la justa Atenea alada
prefirieron ser perros atenienses
antes que dioses bárbaros
bebedores de sangre.
(de Oda a los perros de Atenas)
Éste y otros felices encuentros provocaron en Blanca Andreu una afinidad y un bienestar que sólo alcanza a describir como “orgullo patrio, pues no me costaba nada sentirme de allí”, y la convicción de que “todos tenemos raíces santas en Grecia”.
Cuando se le pregunta por la paradoja que supone que los símbolos griegos de esplendor y civilización convivan hoy con preocupantes cifras económicas, la poeta muestra una fe muy firme en la capacidad de ese pueblo para reaccionar: “Creo sinceramente que el hecho de que ahora tengan problemas con la economía y la globalización es accesorio. Es un pueblo muy fuerte y saldrá adelante. Y además, son todos unos estetas. En cualquier parte reconoces esos conjuntos de una armonía que no he visto en ninguna otra parte”, subraya.
Más allá de la higuera está el crepúsculo
y una sombra morada que dibuja un turbante
a la cúpula azul de San Spiridión.
Más allá está el crepúsculo. ¿Lo ves?
Sus grandes pétalos se abren sobre el mar
como una enorme y sorprendida rosa.
(de En Lefkes)
El mar también está muy presente en los versos de Blanca Andreu. “La tierra de mi alma es el mar”, proclama en uno de ellos. “Mi relación con el mar es muy especial, suelo decir que es mi mezquita: cuando tengo alguna inquietud, me voy a la playa a meditar y se me quita todo. Reconozco en él la grandeza, la fuerza, ese poder que el hombre no puede manipular. Trato de no olvidar tampoco ‘la asesina inocencia del mar’ de la que hablaba Álvaro Cunqueiro, pero en todo caso se trata de una medicina psíquica muy fuerte”, agrega.
Era también el mar como otro libro
de mi memoria.
sus olas eran luces y poemas
y páginas y sueños
y canciones.
El viento las volvía.
(de Mar griego)
Por todo ello, cuando decidió apartarse del mundanal ruido en una isla griega, Paros, no tuvo la menor sensación de confinamiento. “Es curioso, puedes coger un barco rápido que te lleve a Atenas en una hora y media, o uno que tarda toda una noche en llegar al Pireo. Yo preferí no moverme, pero en absoluto me sentí encerrada. Aquella es una tierra seca que me conmueve mucho, el olivar, el campo mediterráneo, los gallos cantando al amanecer, un camino bizantino… Está todo lleno de templitos minúsculos, la gente está muy apegada a la Iglesia ortodoxa, porque ésta siempre ha estado de parte del pueblo, y parece más permisiva que la católica. Además, es la isla del mármol, de sus canteras ha salido el de la Venus de Milo o el que sirvió para esculpir el Hermes de Praxíteles. Pero no le quiero hacer mucha propaganda, porque aún no está demasiado tomada por el turismo extranjero. Así que por favor, ¡no vayáis!”, ríe la poeta.
con tu voz del amanecer
cuando despierta el gallo y la campana
di que existen presentes
como tú
isla de las cien puertas
di la canción que resplandece en tu noche
pequeña isla de cabellos de agua.
(de Canción de la pequeña isla)
“La narrativa te cuenta cosas; la poesía te las tiene que dar. El poema es de quien lo lee y lo siente. Tengo poemas de Federico o de Shakespeare que me pertenecen, casi me molesta que les guste a otros”, sentencia Blanca Andreu. Pero este libro exhibe además una faceta suya menos divulgada, la de poeta no sólo esteticista, sino también comprometida. “Nunca había hecho poesía política hasta la guerra de Iraq. Acababa de ser tía hacía muy poco, y me identifiqué de inmediato con todas aquellas madres jóvenes que en ese país estarían sufriendo ante la inminencia de los bombardeos”. Entonces escribió versos como “Respóndeme, por qué/ quieres desfigurar la faz del mundo? (…) ¿Por qué quieres/ matar mi casa/ romper mi niño/ quemar mi perro?”
El hecho de que no haya sacado nada nuevo desde La tierra más transparente (2001) lo explica Andreu porque “además de que siempre he publicado poco, uso mucho la papelera. Cuando era más jovencita usaba la poesía como un medicina catárquica, para desahogar dolores y convertirlos en algo hermoso.Luego mi visión de la poesía cambió. La resaca del premio Adonais [que obtuvo por su conocido libro De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall] fue espantosa. Era un libro muy atormentado que hizo que me volvieran muchas cosas. Desde entonces trato de escribir cosas que no me dañen ni dañen al lector, sino que sean constructivas y luminosas”, asegura la poeta, que fue compañera de Juan Benet —al que dedica un hermoso poema en este libro— hasta el fallecimiento del novelista.
No obstante, Andreu medita sobre la conveniencia de publicar o no una novela que tiene por título provisional Los peligros de la literatura y en la que describe el lado oscuro de la farándula literaria. “La sociedad se equivoca idolatrando a los escritores”, afirma tajante. “Cuando alguien tiene algún tipo de estatus, parece que puede hacer cualquier tipo de canallada, y la sociedad se lo traga. Pero he conocido cosas en este mundillo que podrían tener incluso consecuencias penales”. También comenta la escritora que tiene acabado un libro de relatos del que adelanta el título: La costurera que perdió su pulgar.