Milan Kundera escribió hace años un relato estremecedor, en el que una pareja joven decide jugar a actuar como perfectos desconocidos que se encuentran por casualidad. Cada uno asume su papel con tanta convicción que, al final del relato, se muestran un rostro terrible, que en efecto ignoraban hasta entonces. La simulación ha usurpado el espacio de la vida real, y no parece que haya vuelta atrás.

Quienes conozcan esta historia la traerán de nuevo a la memoria al ver Copia certificada, la última cinta del iraní Abbas Kiarostami y la primera que rueda fuera de su país, pues, según ha expresado, “en Irán no es posible contar una historia de amor entre un hombre y una mujer”. El filme, grabado en tres idiomas —inglés, francés e italiano, ninguno de los cuales habla el director—, acaba de alzarse con la Espiga de Oro de la Seminci, ex aequo con el argentino Miguel Cohan.

Hecha esta introducción, parece oportuno señalar que los museos europeos están llenos de copias y falsificaciones, cosa que no parece importar a los millones de turistas que los contemplan boquiabiertos año tras año. Tales obras acaban adquiriendo un valor diferente, que no es el propio, histórico y estético, de la obra original y genuina. A esta idea ha dedicado el británico James Miller (William Shimell) un exitoso ensayo. Su presentación en Italia propicia el encuentro con Elle (Juliette Binoche), francesa, madre soltera, anticuaria afincada en Florencia con quien intuimos que tuvo alguna vez un romance más o menos frustrado. Kiarostami quiere suscitar la confusión entre el original (la vida real) y la copia (la soñada)

Ambientado en la Toscana, escenario de algunas de las más empalagosas películas románticas de los últimos años, el filme narra la jornada de reencuentro que pasan juntos. El punto de inflexión del relato es la conversación ante un café, a partir de la cual los protagonistas jugarán a ser un matrimonio veterano que regresa al lugar donde se dieron el ‘sí quiero’.

Esta ambigüedad siembra el desconcierto entre el público, tanta es la conviccvión con que James y Elle se lanzan a defender sus personajes. Y precisamente parece ese el objetivo perseguido por Kiarostami: suscitar la confusión entre el original (la vida real) y la copia (la soñada), pero también ahondar en la sutil línea que separa la convención de la verdadera emoción, la felicidad de la resignación. 

La crítica se ha apresurado a comparar esta película con Te querré siempre (Viaggio in Italia, 1954) de Rossellini, donde también se desarrolla un recorrido de lo anodino a lo profundamente íntimo bajo el pretexto de una excursión. Lo cierto es que Copia certificada atrapa al espectador en una tupida red de diálogos naturalistas, hermosas imágenes que no abusan de la postal turística y sobre todo por la colosal interpretación de la Binoche —premio a la Mejor actriz en Cannes— en el papel de la mujer que reivindica su legítimo derecho a soñar.