Década del 70: Un programa pionero bate récords de audiencia gracias a una señorita que va despojándose de prendas a medida que los televidentes aciertan las preguntas que les plantean. Fue el primer aviso de la ola de destape que se avecinaba, el comienzo de un proceso de banalización y frivolización de la vida pública cuyo alcance aún se desconoce. Veinte años después, el dueño de esa cadena es el primer ministro del país. Éste es el prometedor arranque de Videocracy, el documental con que el director italo-sueco Erik Gandini ha querido poner de manifiesto las relaciones entre el poder político y poder mediático, aunque el resultado final deje bastante que desear.Videocracy va perdiendo fuelle hasta su final insípido y desconcertante
Lo que Gandini presenta al público es una galería de personajes más o menos grotescos, con los que pretende ilustrar el estado de la cuestión: un veinteañero, karateca e imitador de Ricky Martin, pobre diablo obsesionado con alcanzar la fama a través de la televisión, que se conforma con hacer de público de programa en programa mientras aguarda su oportunidad; Lele Mora, un agente con ínfulas de Rey Midas que lleva como sintonía en su móvil el himno de Mussolini; una fotógrafa de famosos en Cerdeña que adora a Berlusconi por su "intenso amor a la vida"; o el metrosexual y hortera Fabrizio Corona, paparazzi que chantajea a los famosos con fotos comprometedoras y se considera a sí mismo, en el colmo del cinismo, "un Robin Hood que roba a los ricos para darse a sí mismo".
Con estos mimbres, en efecto, podría haberse esbozado un fidedigno mapa del desastre, pero por alguna extraña razón el director desperdicia el material. En parte porque no imprime un ritmo adecuado al relato, en parte porque da la sensación de no tener muy claro adónde quiere llegar, y porque parece ensimismarse ante los citados freaks sin abrir el enfoque a un plano más amplio, lo cierto es que Videocracy va perdiendo fuelle hasta su final insípido y desconcertante. El cineasta plantea unas expectativas que no llegan a satisfacerse, y se limita a bucear en la superficieGandini desperdicia la oportunidad —y un largometraje con apoyo internacional no es poca oportunidad— de describir, por ejemplo, qué efecto produce el paciente trabajo de destrucción ética y cultural emprendido por los medios masivos en las últimas décadas; o dónde acaban los intereses públicos y empieza la codicia privada; o cómo han sido silenciadas en Italia las voces críticas y disidentes; o de qué manera este hecho se conecta con una degradación del discurso político y una creciente impunidad de los corruptos; o qué complicidades, previas y sobrevenidas, han afianzado en el poder a estos mercaderes de sueños catódicos y otros artículos más prosaicos.
No creemos que el espectador sea tonto, ni haga falta llevarlo de la mano a determinadas conclusiones, pero eso no quita que el cineasta plantee unas expectativas que no llegan a satisfacerse, y se limite a bucear en la superficie. Algo es algo, se dirá. Al menos quedan algunas imágenes en la retina, algunos escalofríos en la conciencia. Sólo las impagables imágenes del spot "Menos mal que Silvio existe", campaña de 2009 recogida en el filme, bastan como prueba del éxito de Berlusconi en su cruzada contra la actividad neuronal.
Título:
Videocracy
Dirección:
Erik Gandini
Guión:
Erik Gandini
Reparto:
Silvio Berlusconi, Lele Mora, Fabrizio Corona, Flavio Briatore
Género:
Documental
Productores:
Atmo
Duración:
85 minutos
Estreno:
2009
País:
Suecia
Idioma:
Italiano