Dicen que los años, y sobre todo la paternidad, lo han vuelto sedentario. Pero tal vez no sea tan decisivo en el viajero vocacional el hecho mismo de desplazarse de un lado para otro como la mirada que proyecta sobre el mundo, su manera de entender que “cerca” y “lejos” acaso sean criterios subjetivos, en ningún caso cuantificables.
Eduardo Jordá, mallorquín y de 1956 según su cédula de identidad, sevillano según el último padrón, pertenece tanto a estas ciudades como a Tánger o al desierto de Atacama, a Dublín como a Manila.
No son títulos gratuitos: son sus poemas, una parte esencial de su ya considerable producción literaria, los que mejor registran esta vinculación entre el trotamundos y sus múltiples destinos, en la intensidad que desprende la experiencia vivida, asimilada y finalmente vertida sobre el papel en blanco.
Algo que queda muy patente en Pero sucede (Renacimiento), la antología de sus versos que recientemente ha visto la luz bajo el cuidado de Antonio Rivero Taravillo, y que toma su título del poema predilecto de cuantos ha escrito Jordá, un canto perplejo y estremecido ante los misterios de la condición humana en forma de soneto blanco.
Pero quien decida adentrarse en libros como Ciudades de paso, Mono aullador o Instante deberá prepararse para otras mudanzas: tal vez saltar de Reading a Palestina, de Berlín a Manacor, de Brooklyn a Siberia, y todo ello entreverado de acordes de rock setentero, memorias personales, pájaros, árboles y mesas de café.
En Islas, el poema inédito que amablemente ha cedido el escritor a MediterráneoSur, encontramos además una de las claves fundamentales para desentrañar su mirada: esa insularidad que es al mismo tiempo raíz y horizonte, ese mar que es a la vez puente y confín.
[Alejandro Luque]
MediterraneoSur ha publicado una entrevista con Eduardo Jordà:
«Tánger fue una mezcla de Andalucía, Marruecos, Inglaterra...» [Sep 2010]
Islas
Cada isla es el centro de este mundo.
No hay aquí nada grande, salvo el horizonte.
Los grandes sueños duermen
en nuestro cementerio o en América,
siempre en otro lugar,
siempre en otros recuerdos.Un mundo de pasiones limitadas:
así es nuestra vida.
Pequeños amores, pequeñas rencillas,
pequeños odios
que se pudren igual que las ginetas
ahorcadas en un árbol.
Nuestro amor
es la hija del veterinario,
el cuñado del carnicero.
Todos comentan, todos saben.
Y hacemos como que no sabemos.
Y hacemos como que no vivimos,
para no despertar envidias
ni sospechas.
Todo aquí es pequeño,
incluso el dolor,
incluso la muerte.Y cuando nos sentimos desdichados
soñamos con la tierra firme,
donde son grandes los ríos
y grandes las montañas,
y la vida se expande,
y el horizonte no es la única vastedad
que nos es concedida.
La tierra firme:
allí donde viven los que sueñan,
al sentirse tristes,
con vivir aquí.