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Durante siglos, las enseñanzas de la Iglesia cristiana han asociado el placer sexual al pecado. Admitido como "impulso irrefrenable" entre los varones, el placer ha sido desterrado completamente de la vida sexual de la mujer.

La Iglesia cristiana considera que el sexo es pecado en todas las circunstancias, dado que refleja el "pecado original" de Eva al comer del árbol del conocimiento. Sólo permite practicarlo en matrimonio y aun entonces únicamente con el fin de la procreación, no como expresión de amor entre los cónyuges.

Teóricamente distinta es la concepción del placer en el islam. Aunque el sexo sólo se permite entre cónyuges, en la tradición teológica islámica, el placer sexual tanto del hombre como de la mujer forma parte de la relación y constituye un aspecto no sólo compatible con una vida devota sino incluso recomendable. Varios tratados sexológicos magrebíes de los siglos XIII así lo atestiguan: describen con detalle las técnicas para alcanzar el orgasmo femenino. En la práctica, no obstante, aunque no tabuizado por la religión, el placer sexual femenino es tan ausente de las costumbres sexuales en el sur del Mediterráneo como lo fue en el norte durante el siglo XIX.