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LÍBANO Cómo se fragua la próxima guerra |
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[Publicado en: LA CLAVE nº 335 · 14 Septiembre 2007] |
09/2007 · unai aranzadi |
LA BOMBA QUE ESTALLÓ al paso del blindado y mató a seis soldados españoles en Líbano el 24 de junio pasado ha sembrado muchos interrogantes. Fue un ataque bien organizado, en el que todo estaba perfectamente calculado, desde la cantidad de explosivos utilizada, hasta las —casi— nulas pistas dejadas. Hasta hoy, cualquier intento de señalar a un culpable carece de base jurídica.
“Quizás lo mejor sea preguntarse a quién beneficia. La lista no es corta. Desde los israelíes pasando por Al Qaeda y Estados Unidos, no son pocos los que quieren que la ONU se vaya”, dice Osmán, uno de los pocos vecinos de Jiam, el valle donde tuvo lugar el ataque, que fueron testigos de la explosión. “Fue muy duro. Nosotros tenemos una relación excelente con los españoles, mejor que con ningún otro ejército. Creamos negocios con cerveza y vino español; conversábamos y ellos compraban souvenires de Hizbulá, pero desde el atentado tienen orden de no parar y nuestros negocios se están yendo a pique”, lamenta Yafar Zabad, dueño de una tienda situada cerca de una base española y a sólo 200 metros de la frontera israelí. Nadie quiere que los españoles se vayan. Tampoco lo desea Hizbulá. La milicia chií que domina el sur de Líbano condenó el ataque el mismo día a través de su televisión, Al Manar. Señaló que era “perjudicial para Líbano” y afirmó que trataba de “desestabilizar el país”. ¿Quién fue? Nadie lo sabe y todos sospechan algo. “Israel desde luego desea que existan problemas entre los chiíes y la ONU. Les gustaría que los españoles se retirasen para poder atacar a sus anchas”, cree el profesor universitario Atef Sharf Aldín, miembro de Hizbulá. “Por otro lado es posible que algunos desesperados locales hayan organizado el atentado con ayuda de alguna agencia extranjera interesada en desestabilizar la región. ¿Sabe usted que hay muchos palestinos en la zona?”, insinúa Aldín. Hace referencia al conflicto que estalló en mayo en el norte de Líbano, en el campamento de refugiados Nahr al Bared, y que terminó el 2 de septiembre, tras más de tres meses de sitio y bombardeos. Nadie sabe si existe alguna conexión entre el grupo integrista de Fatah al Islam que mantuvo en jaque al Ejército libanés y la bomba que mató a los españoles. Sólo una cosa está clara: en ambos casos debe existir una conexión extranjera. Algo que nadie pone en duda en el caso de Fatah al Islam. “Llegaron de Iraq, Arabia Saudí, Jordania, Palestina, Siria o el propio Líbano con bolsas de deporte cargadas de dólares en efectivo. Lo que costaba 100 lo pagaban a 200 y lo que costaba 1.000, a 2.000”, asegura Tarek, un refugiado palestino de Nahr al Bared que ha perdido todo cuanto tenía en los combates. “Maldita la hora en que los aceptamos en el campamento”. Otros testigos del asalto coinciden en que se trataba de combatientes profesionales y entrenados. “En el campo de refugiados se construyeron túneles y estructuras que propician el combate cuerpo a cuerpo, algo para lo que hay que estar muy motivado”, señala Wehebi, un voluntario de la Media Luna Roja libanesa. “Los yihadistas murieron uno a uno, corriendo hacia los tanques con granadas en los bolsillos, poniendo trampas en los cadáveres”, observa. Lo confirma un portavoz del Ejército: “Los terroristas han instalado minas y trampas, por lo que tenemos a nuestros ingenieros trabajando metro a metro limpiando la zona”. ¿Vivo o muerto? Si misteriosa fue la repentina aparición de Fatah Al Islam, más lo es su desaparición. Pocos días después del asalto final, la viuda de Shaker Al Absi, el líder de la milicia, dijo identificar el cuerpo de su esposo en la morgue del hospital de Trípoli. Lo confirmaron, además, su hija y un clérigo palestino que medió durante los enfrentamientos. Sin embargo, las autoridades tomaron muestras de ADN de la hija y de un hermano y “el resultado demuestra que el cuerpo no pertenece al sospechoso Shaker al Absi”, afirma la Fiscalía libanesa. El hermano del guerillero, Abdul Razak al Absi, sigue sosteniendo que el líder está muerto. La fiscalía, en cambio, ha difundido en la prensa libanesa las declaraciones de un yemení, arrestado tras evadirse del campo, según el que “Shaker al Absi consiguió huir en buena salud, con un cinturón de explosivos y un fusil de asalto”. Es una versión difícil de creer para Mohamed, fotógrafo de una agencia francesa que ha cubierto el cerco de Nahr al Bared durante meses. “Aquello era una madriguera rodeada de tanques y soldados. Todos los reporteros hemos tratado de colarnos para sacar alguna foto interesante y nadie, absolutamente nadie, ha podido entrar o salir sin permiso del Ejército libanés”, asegura. El Gobierno, no obstante, no da por segura la identidad del cádaver y sostiene que “la amenaza terrorista continúa latente en Líbano”. Esto pone bajo sospecha al resto de los campamentos de refugiados palestinos en el país, construcciones laberínticas dominadas por las milicias palestinas y vetadas, en virtud de un acuerdo de 1969, a las fuerzas de seguridad libanesas. En Beddawi —donde se han refugiado los habitantes de Nahr al Bared—, las escaramuzas entre los seguidores laicos de Fatah y los fundamentalistas de Hamás son habituales y la violencia estalla con facilidad, aunque los disparos no suelen tener repercusión en el exterior. Eso sí, los platos rotos los pagan los habitantes: refugiados de tercera generación que no poseen la nacionalidad libanesa ni pueden trabajar libremente en el país y asisten a los ajustes de cuentas “sin cascos azules ni Ejército libanés para ponerse en medio”, se lamenta un vendedor de verduras junto a los indisciplinados milicianos que custodian la entrada. Quedan muchas incógnitas. Nadie se explica cómo el centenar de combatientes de Fatah al Islam pudo pasar desapercibido durante meses. “Disponían de ‘katiushas’, unos cohetes grandes y mortíferos... ¿Cómo pudieron pagar, transportar y esconder semejante arsenal?”, se pregunta un testigo del asalto a Nahr al Bared. Otros recuerdan que el primer ministro libanés, Fuad Siniora, ha pedido y recibido material militar de Estados Unidos para “acabar con el levantamiento de Nahr al Bared” y, según diversos analistas locales, habría prolongado el enfrentamiento para estrechar las relaciones con Washington. Caballo de Troya Algunos líderes de Hizbulá van más lejos: consideran a Fatah al Islam un “caballo de Troya” utilizado indirectamente por Estados Unidos y destinado a provocar una nueva guerra civil. Curiosamente, ya el 17 de junio, Mahmud Qamati, miembro del buró político de Hizbulá, denunció en el canal de televisión iraní Alalam que David Welch, secretario de Estado delegado para Asuntos de Oriente Próximo, de visita en Beirut el día anterior, habría dado “las órdenes necesarias a los agentes norteamericanos en Líbano” para “aumentar la tensión” en el país. Dos días más tarde estalló el conflicto de Nahr al Bared. No son sólo guerrilleros islamistas quienes defienden esta tesis. Franklin Lamb, un analista estadounidense especializado en política libanesa, afirma en la publicación norteamericana Counterpunch que Welch es el “patrón” de las fuerzas políticas libanesas en torno a Fuad Siniora, compuestas por los seguidores de Saad Hariri, hijo del ex primer ministro asesinado en 2005, los cristianos falangistas encabezados por Samir Geagea y los socialistas del dirigente druso Walid Jumblat. Según Lamb, esta alianza habría financiado a Fatah al Islam para crear un contrapeso a Hizbulá, algo que también creen posible, con reservas, el analista palestino Nasser Ibrahim y Adrián Mac Liman, investigador de la Universidad de La Sorbona. En la misma línea va el veterano periodista Seymour Hersh: en una entrevista emitida por la CNN el 22 de mayo afirmó que “Arabia Saudí suministra tanto fondos como apoyo encubierto a Fatah al Islam, en estrecha consulta con el Gobierno de Bush” y que “existe un acuerdo privado entre agentes de Bush y el príncipe saudí Bandar bin Sultan”, hoy consejero de seguridad nacional del rey saudí Abdulá y muy bien relacionado con la Casa Blanca, e incluso con Tel Aviv, tras 22 años como embajador en Washington. “Los saudíes son los actores clave para apoyar de forma encubierta a los diferentes yihadistas de la línea dura, grupos suníes en Líbano que podrían aparecer en el caso de que se considerara ventajosa una confrontación real con Hizbulá”, continúa Hersh. “Estamos ocupados en apoyar a los suníes contra los chiíes donde sea, en Irán, en Líbano... Creamos violencia sectaria”. Lamb opina que un enfrentamiento entre la milicia chií y el grupúsculo integrista también estaría en el interés de Israel, que sólo así podría debilitar a Hizbulá, después de fracasar en su intento de aplastarlo durante la guerra del verano pasado. Lo mismo cree Atef Sharf Aldín. “Si en 2006 se intentó la guerra contra Hizbulá desde fuera, ahora el objetivo sería hacerla desde dentro y, en caso de que fuese necesario, apoyarla desde el exterior”, asegura Aldín. La CIA, autorizada Incluso el diario Washington Post, más bien conservador, señaló el 25 de enero que en el marco de la lucha contra la influencia de Teherán, George Bush había no sólo autorizado a matar a agentes iraníes en Iraq, sino que también había “ampliado” la “lista de operaciones que se permitieran llevar a cabo contra Hizbulá”. Lo mismo había afirmado el 10 de enero Toby Harnden, corresponsal estadounidense del diario británico Daily Telegraph. Detalló que la CIA había sido autorizada para iniciar acciones clandestinas contra Hizbulá y “financiar a grupos contrarios” a esta milicia, así como pagar a activistas que apoyasen el Ejecutivo de Siniora. El rango del documento es secreto, lo que significa que la implicación estadounidense en las actividades que se llevan a cabo al amparo de esta autorización puede ser oficialmente negada por el Gobierno. De todas formas, se tratará de algo más que simples actos de espionaje de la CIA, ya que éstos no precisan de tal autorización. Un diplomático que prefiere no ser citado cree que “existe un enorme interés en devolver al Gobierno de Fuad Siniora la fuerza que perdió en otoño de 2006”, cuando seis ministros dimitieron y dejaron el Gabinete en una seria crisis de credibilidad, agravada por semanas de manifestaciones convocadas por Hizbulá y un campamento de protesta en el centro de Beirut. “Por ello se están buscando excusas y herramientas que puedan detener el —ya consolidado— rearme de esta milicia y contener la creciente influencia de Irán y Siria en el ‘nuevo Oriente Medio’ soñado por Bush”, asegura. La próxima prueba de fuerza llegará el 25 de septiembre, fecha en la que el Parlamento de Líbano debe elegir a un nuevo presidente para reemplazar a Émile Lahoud, al que la mayoría parlamentaria considera cercano a Siria. Se trata de un puesto más bien simbólico, reservado para un cristiano maronita. Pero la oposición —formada por Hizbulá, el movimiento chií Amal y los seguidores del ambicioso general cristiano Michel Aoun, comandante del Ejército libanés durante la guerra civil— no está dispuesta a permitir que los aliados de Siniora coloquen a alguien de los suyos en el puesto. ¿Dos presidentes? Con 72 escaños en un hemiciclo de 128, la actual mayoría parlamentaria no puede garantizar el quórum de dos tercios para elegir a su candidato, si la oposición decide boicotear el acto, pero amenaza con hacerlo con mayoría simple en una segunda vuelta, algo que sus adversarios consideran “anticonstitucional”. Michael Murr, un diputado aliado a Aoun, amenaza incluso con elegir, en este caso, a un segundo presidente. Hasan Fadlalá, diputado de Hizbulá, va más lejos: denuncia que el Gobierno no tiene intención de solucionar la crisis actual sino que “está arrastrando al país hacia la guerra civil por medio de una maniobra parecida a la que instrumentó Mahmud Abbas al pedir elecciones anticipadas en Gaza”. En los últimos días, sin embargo, varias figuras influyentes intentan buscar una salida de la crisis. El patriarca cristiano maronita Nasralá Boutros Sfeir se entrevistó esta semana con el Papa y se reunirá con el presidente del Parlamento libanés, Nabih Berri, miembro de Amal, quien insiste en buscar un candidato de consenso, para lo que se debería formar primero, en su opinión, un Gobierno de unidad nacional. Por su parte, el cristiano Michael Aoun se propone como el presidente idóneo, dadas sus convicciones laicas y su actual alianza con los movimientos chiíes. Pero los habitantes del sur no se fían: si el conflicto político se agrava, temen, una nueva guerra civil podría propiciar la tercera invasión israelí. Nadie olvida que la Falange Libanesa, dirigida por Samir Geagea, era el mejor aliado de Israel en los años ochenta y las noticias sobre una pronta reconciliación se reciben con escepticismo. Los numerosos campamentos palestinos pueden esconder cualquier nueva sorpresa y muchos opinan, como el taxista libanés suní Hatm, que “los palestinos hacen lo que sea por dinero, así dieron cobijo a Fatah al Islam”, aunque más aun que la tentación monetaria pueden pesar la desesperación y la creciente religiosidad en los campos. Atef Sharf Aldín lo resume así: “Hizbulá está preparada para la guerra. Somos disciplinados y respetuosos pero no ingenuos. Sabemos lo que se quiere provocar y aunque no vea nada, todo está listo”. De hecho, es un secreto a voces que Hizbulá ha trasladado sus posiciones, búnkeres y arsenales al norte del río Litani, alejado de la infantería israelí y del control que la ONU trata de imponer sin demasiado éxito en el sur. ¿Ha sido la misteriosa bomba de Jiam el primer intento de despejar el camino para una nueva invasión, a costa de la vida de seis españoles? En Jiam, nadie se atreve a hablar abiertamente, todo son insinuaciones a media voz. “La valla de Israel está a menos de dos kilómetros, que curioso…”, sugiere un comerciante de la zona del atentado. “Es que si hablas, te encierran”, añade. ¿Quién? “Siniora y los del Catorce de Marzo”, responde, en referencia a la coalición de partidos que apoya al presidente. “Están conspirando con los americanos para que después de las elecciones comience una guerra. Pero aquí en el sur lo sabemos y estamos preparados”, advierte. |
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