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ESPAÑA La última frontera de África |
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[Publicado en: El Mundo · 8 Diciembre 1996] |
ceuta · 11/1996 · virginia calvache |
En su huida de la miseria, del hambre y de la guerra han llegado hasta Ceuta. Frente al estrecho de Gibraltar medio millar de refugiados centroafricanos de varias etnias luchan unidos por la supervivencia a la espera de un visado para cruzar a la península |
Léon Duquene escapó del infierno de Ruanda para llegar al purgatorio de Calamocarro, el campamento ceutí desde donde medio centenar de seres humanos miran al mar y esperan. Llevan demasiados meses soñando con alcanzar la otra orilla. Pero nunca Gibraltar pareció menos estrecho. Vienen desde la herida abierta de África: Liberia, Sierra Leona, Zaire, Ruanda, Burundi, Somalia... o, al menos, eso es lo que dicen para evitar ser deportados. Algunos, como Léon, han tardado varios años en llegar. Salieron con lo puesto, acarreando el horror de lo pasado y la incertidumbre de lo por venir. Sólo ellos y sus dioses saben cómo han logrado llegar. Han comido raíces, han atravesado llanuras y escalado montañas. Han cruzado fronteras reptando como alimañas, confundidos con el color de la noche. Sólo los más fuertes sobrevivieron al desierto. "Mi amigo me decía: sigue la luz, al fondo está la luz y aquello es España", recuerda Léon. Seis meses atrás llegó a los montes de Angera, en la frontera entre Ceuta y Marruecos. Cruzó la Loma de los Huesos y luego atravesó la montaña que parece una mujer muerta. Allí abajo estaba la luz. Su familia se encuentra entre los miles de refugiados hutus que estos días huyen de Zaire. Hace más de un año que no sabe de ellos. "Antes de la guerra mi vida era la de un chico normal de 20 años. Mi madre trabajaba en el Banco Popular de Ruanda. Tenía una casa, un coche y estudiaba idiomas. Nunca pasamos hambre. Hace dos años, todo se rompió. Fue como aprender a vivir de nuevo". Hoy día, Léon Duquene trabaja como intérprete para la Asamblea de la Cruz Roja en Ceuta. En Calamocarro no cuentan las tribus ni las etnias. Hutus y tutsis, cristianos o musulmanes se alojan bajo el mismo techo, comparten comida y ropa en una lucha común por la supervivencia. Los idiomas se mezclan: el árabe de los cerca de cincuenta marroquíes y argelinos, el inglés de Gambia, Sierra Leona o Liberia, el francés de Ruanda o Senegal y las distintas lenguas africanas de todos ellos. Una tienda de campaña exhibe con orgullo un nombre pintado de blanco en la lona, Babel, quizá la variante bíblica del Ujamaa, una figura centroafricana tallada en ébano. Representa una torre humana que se eleva hasta el infinito, aunque con un significado bien distinto: una persona sola no puede construir el mundo. Juntos podemos alcanzar el universo. Goteras La vida en los barracones es dura. No hay suficientes camas ni mantas para todos. Duermen acoplados de dos en dos en colchones estrechos y mugrientos, formando un imposible entramado de cabezas y pies. La relación con la población ceutí es nula y las carencias afectivas están marcadas en la mirada oscura de todos ellos. Los guardias civiles que montan guardia permanente en Calamocarro lo saben bien. Por eso, a veces, les llevan sardinas frescas para desayunar o les avisan a través de la radio si tienen algún mensaje de la ciudad. En la casa blanca, el más poblado de los barracones, sesenta y dos hombres y una mujer no pueden dormir en las noches de lluvia. "Hemos escapado de la guerra para que nos torture una gota de agua", comenta con amargura el liberiano Prince Napoleon. Las tiendas de campaña cedidas por el Ejército tienen goteras y las mantas raídas de la Cruz Roja huelen a humedad. Las últimas lluvias han convertido el campamento en un lodazal. Sus pobladores deambulan por los alrededores ateridos de frío, sin más zapatos que unas chanclas. "Claro que pasamos frío. Venimos del trópico, pero tenemos que adaptarnos poco a poco. No podemos comprar zapatos, ni calcetines, ni abrigos calientes. Somos refugiados. Somos morenos. No tenemos nada. Por el momento, hay que aguantar. La esperanza es lo único que nos salva", dice en perfecto inglés un ruandés de madre hutu y padre tutsi que prefiere guardar el anonimato. En su país impartía clases de Matemáticas. No quiere hablar de su pasado. "Es demasiado doloroso ver lo que ha ocurrido con mi gente, con mis vecinos, con mi pueblo. Antes del 94 la convivencia era tensa, pero no había grandes problemas. Después vino el caos y tuve que huir. Ahora mi vida es Calamocarro y todo esto. Aquí, a veces se te olvida que eres un ser humano". Camuflar el origen La jornada comienza temprano. Con los primeros rayos de sol encienden las candelas para calentar el desayuno. Pan con mahonesa, leche, zumo de frutas y arroz cocido. La comida es abundante. Viene directamente desde las cocinas de la Legión y llega cada día en una furgoneta de la Cruz Roja, entidad que destina más de seis millones y medio al mes a este cometido. A las dos de la tarde un enjambre de hombres hace cola con la bandeja lista para recibir su ración. Morenos a un lado, argelinos a otro. La organización es impecable. Hace unos meses eligieron presidente, secretario, intérprete y ayudante. Son los hombres de confianza, los encargados de repartir ropa y alimentos y actuar como portavoces ante la Administración española. La visita diaria a la comisaría de Policía es obligada. Allí llega la lista con los nombres de quienes han sido invitados a la península por parte de diferentes organizaciones no gubernamentales o de particulares que ofrecen trabajo. Es el salvoconducto hacia lo que creen una vida mejor. Las llamadas invitaciones comprometen al solicitante a garantizar el alojamiento y manutención de estas personas al menos durante un mes. En ese tiempo, el invitado procura encontrar trabajo y arreglar su documentación. "Si se les aplicara estrictamente la Ley de Extranjería, la mayoría de ellos serían devueltos a su país. Pero determinar su verdadera procedencia lleva meses. Muchos prefieren decir que vienen de zonas en conflicto, pero, en algunos casos, descubrimos que no es cierto", señala Diego Sánchez, secretario de la Asamblea ceutí de la Cruz Roja. El procedimiento para averiguarlo es bien sencillo: un simple cuestionario que contiene algunas preguntas con trampa: el nombre del presidente de su país, el idioma que hablan, la tribu a la que pertenecen... de esta forma acaban determinando su verdadero origen. Nadie les ha informado sobre la posibilidad de solicitar asilo político, un tipo de protección que el Gobierno concede con cuentagotas. "En el 95 escudriñaban las solicitudes con lupa. Ahora parece que se ha abierto un poco más la mano. De todas maneras, la gente de Calamocarro no tiene ni idea de lo que esto significa", comenta José Luis Pizarro, abogado de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). Desde esta ONG se han traducido al inglés y al francés un par de folios con la información básica en torno a este procedimiento y se están distribuyendo por el campamento. Pizarro colabora con el sacerdote José Béjar en la tramitación de expedientes y en la asesoría jurídica de los inmigrantes. Dios y Alá se reparten las oraciones al cincuenta por ciento. Por eso, cada domingo la mitad del asentamiento se da cita en la parroquia Nuestra Señora de África. En este reparto de almas no falta la pareja de testigos de Jehová que se acerca al campamento en busca de apostolado. Pero es el padre Béjar quien goza de mejor predicamento. Este sacerdote se ha convertido en pastor espiritual y en amigo y confidente de todos ellos. A través de la iglesia, muchos residentes en Calamocarro han podido saltar a la península, encontrar trabajo y rehacer su vida. "Antes del convenio de Schengen pasaban rápidamente, pero ahora es mucho más complicado. Desde la parroquia he comprometido a muchos de mis compañeros sacerdotes para que les manden invitaciones", relata Béjar. De una u otra forma, unos mil inmigrantes cruzaron a la península el pasado año. El tiempo es más lento en Calamocarro. Estudiar español se ha convertido en el mejor aliciente para matar las horas. Por las noches se les puede ver enfrascados en la lectura a la luz de las hogueras. No tienen libros de texto, pero se apañan con los folletos turísticos de algún hotel de lujo. Otros juegan a las damas con tapones de colores sobre un tablero con bisagras que, una vez, fue la puerta de un armario de cocina. La voluntaria Ana García dejó en Bilbao familia y trabajo para enseñar a leer a los inmigrantes de Ceuta. No pertenece a ninguna asociación ni está pagada por nadie. Este verano conoció la situación a través de un campo de trabajo con jóvenes. Desde octubre pasado desarrolla un proyecto docente que ha contado con todos los beneplácitos pero con ninguna ayuda económica. Le han cedido las instalaciones de un instituto que, paradójicamente, lleva por nombre Puertas del Campo, y Cruz Roja ha destinado a varios objetores de conciencia que ejercen como profesores. Ana García ha conseguido en un par de meses que, cada tarde, unos doscientos alumnos recorran los cuatro kilómetros que separan Calamocarro del núcleo urbano para asistir a clase. La delegación del Gobierno en Ceuta habilitó este antiguo campamento juvenil para los refugiados después de los graves incidentes ocurridos el pasado año. Las condiciones extremas que soportaban en el anterior asentamiento, una discoteca en ruinas dentro del recinto amurallado de la ciudad, provocaron un brutal enfrentamiento entre morenos, como les llaman en Ceuta, Policía y población civil. El detonante fue la salida hacia la península de un grupo de kurdos que ocupaban otro asentamiento. "Ellos pensaron ¿los kurdos sí y nosotros no? y se liaron a tirar piedras. Al día siguiente, media España criticaba el racismo de Ceuta cuando nosotros lo único que hicimos fue repeler una agresión", comenta un taxista. Y otro añade: "Lo que yo digo es que si estas criaturas pueden andar libremente por Ceuta, ¿por qué no pueden hacer lo mismo en Jaén?, que yo sepa, no son delincuentes, pero es que los tienen detenidos en una cárcel sin puertas, humillados y hacinados como si fueran animales". Mantener la dignidad La higiene es difícil en Calamocarro, pero sus pobladores se esfuerzan por mantener la dignidad. Con el poco dinero que consiguen lavando coches, vendiendo periódicos o ayudando en el supermercado, compran jabón y algún producto desinfectante. Los domingos limpian las letrinas y adecentan las tiendas. Las dos únicas mujeres del campamento lo tienen aún más difícil en un lugar donde la intimidad no existe. Ambas están emparejadas y son muy jóvenes. Cuentan sus compañeros que probablemente habrán tenido que pagar un alto precio a los policías marroquíes que controlan la frontera. Es lo que relatan casi todas las africanas que consiguen llegar. Aparte de un aislado brote de sarna, la salud general es mejor de lo que pudiera esperarse. Cruz Roja garantiza la atención sanitaria del campamento y dispensa las medicinas, merced a un convenio con una farmacia local. La Delegación del Gobierno en Ceuta ha diseñado un plan de emergencia para evacuar el campamento en caso necesario, aunque el mismo delegado reconoce que puede ser peor el remedio que la enfermedad. "La alternativa es un antiguo barracón del Ejército, aunque se encuentra casi en peores condiciones. La verdadera intención del Gobierno es desmantelar Calamocarro en un plazo no superior a seis u ocho meses. Dar salida a las personas que ya están aquí y extremar el control fronterizo en estrecha colaboración con Marruecos", sentencia el delegado del Gobierno en Ceuta, Javier Cosío. Probablemente con esa intención, la Unión Europea ha destinado cinco mil millones de pesetas para la construcción de una nueva carretera de circunvalación, amén de la ya existente, que discurrirá paralela a la frontera. Se trata de una vía con dos calzadas que se eleva sobre pilares de unos diez metros de altura. La carretera estará cercada por una alambrada metálica y sobre ella se instalarán los más sofisticados aparatos de vigilancia. Efectivos de la Guardia Civil confirman que una de estas vías será de uso restringido a las fuerzas de seguridad del Estado para el control de la frontera. Cosío, sin embargo, no ha querido pronunciarse al respecto "por razones obvias de seguridad". Y añade que le parece exagerado hablar de un muro en torno a Ceuta ya que "las paredes de hormigón se han construido por lo abrupto del terreno y para evitar aludes". Pero hay quien piensa que de nada sirve poner puertas al campo, que por muchas alambradas que levanten es imposible frenar esta oleada que seguirá sacudiendo al Estrecho como un temporal de poniente. La historia ha condenado a los setenta mil habitantes de Ceuta a vivir en la frontera y a millones de seres humanos a escapar del polvorín de África. Un hombre negro, callado y sabio sólo abrió la boca para murmurar: "Fuisteis vosotros. Fue la vieja Europa quien encendió la mecha hace ya muchos años y quien ha avivado el fuego que ahora arde. Por eso hoy golpeamos vuestras puertas con las manos cargadas de humo". |
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