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ESPAÑA
Bodas de sangre. La verdadera historia

ilya
murex
[Publicado en: El Mundo · 11 Enero 1998]
almería · 01/1998 · virginia calvache
La novia se encerró en vida a purgar su culpa. El novio plantado volvió a casarse y pretendió olvidar amparado en una vida normal. Tres tiros acabaron con la vida del amante, primo hermano de la novia. Han pasado 70 años y los testigos de la tragedia real que inspiró las Bodas de Sangre de Federico García Lorca siguen guardando silencio. Sin embargo, la historia sigue viva entre los campos de Níjar en Almería.


YO ERA UNA MUJER quemada, llena de llagas por dentro y por fuera y tu hijo era un poquito de agua de la que yo esperaba hijos, tierra, salud; pero el otro era un río oscuro, lleno de ramas, que acercaba a mí el rumor de sus juncos y su cantar entre dientes" (La Novia, Acto II. Bodas de Sangre).

Cuando Francisca Cañada cruzó el umbral de aquella puerta, poco podía imaginar que la boda de la que estaba huyendo escribiría con sangre su historia en las páginas de la literatura española. Y aún menos que, 70 años más tarde, el silencio seguiría cubriendo con su manto oscuro la memoria de aquella tragedia. Estaba muy lejos de saber que la huida que había emprendido la llevaría a protagonizar una de las obras cumbre del teatro español del siglo XX. Las Bodas de Sangre no son sino la recreación de la fuga de Paca Cañada con el hombre que amaba, en vísperas de su boda con otro. El amor y la traición, la tradición y el instinto, el honor y la muerte se conjugaron aquella noche sin luna.

Corría el caluroso verano de 1928. Durante una de sus estancias estivales en su casa de la Huerta de San Vicente, Federico García Lorca descubrió en las páginas de sucesos de El Defensor de Granada la crónica de una tragedia ocurrida dos días atrás en el campo de Níjar (Almería). Poco después, desde la Residencia de Estudiantes, telefoneaba a Margarita Xirgu para comentarle que ya tenía argumento para un nuevo drama. El diario contaba la historia de una mujer de 20 años, Francisca Cañada Morales, que, horas antes de celebrar su boda, se fugó con su primo, Francisco Montes Cañada, diez años mayor que ella, de quien siempre estuvo enamorada. En un cruce de caminos y agazapada detrás de unas palmas, la muerte se abalanzó sobre ellos. Paco Montes recibió tres tiros fatales. Paca Cañada sobrevivió de milagro a las manos de mujer que la intentaron estrangular.

"Las veleidades de una mujer, provocan el desarrollo de una sangrienta tragedia que cuesta la vida a un hombre", titulaba en portada el Diario de Almería dos días después de la noche de autos. Y procedía a explicar los rocambolescos detalles de un crimen que viene a constatar, de nuevo, que la realidad va casi siempre más allá de lo que alcanza la imaginación de los hombres.

En aquella época y según las costumbres nupciales de los campos de Níjar, las bodas se celebraban de madrugada. La de Francisca Cañada con Casimiro Pérez Pino, un joven de la comarca sin más patrimonio que su carácter noble y recto y sus brazos para trabajar, habría de celebrarse a las tres de la mañana en la iglesia de Fernán Pérez, una pedanía cercana al cortijo donde vivía la novia. Tal y como mandaba la tradición, ella vestiría un traje oscuro y corto y los invitados comerían buñuelos, garbanzos tostados y, en el caso que nos ocupa, dos borregos sacrificados para la ocasión.

En aquella época y según las costumbres nupciales de los campos de Níjar, las bodas se celebraban de madrugada. La de Francisca Cañada con Casimiro Pérez Pino, un joven de la comarca sin más patrimonio que su carácter noble y recto y sus brazos para trabajar, habría de celebrarse a las tres de la mañana en la iglesia de Fernán Pérez, una pedanía cercana al cortijo donde vivía la novia. Tal y como mandaba la tradición, ella vestiría un traje oscuro y corto y los invitados comerían buñuelos, garbanzos tostados y, en el caso que nos ocupa, dos borregos sacrificados para la ocasión.

la novia
el novio
García Lorca dibujó una novia hermosa y heredera de una pingüe fortuna. Pero Paquita Cañada no era ni una cosa ni la otra. Alta, huesuda, desgarbada y coja, tal vez hoy fuera atractiva, pero no respondía a los cánones de belleza de la época. Una paliza propinada por su propio padre la dejó inválida cuando contaba tres años de edad. "Tenía celos de su hermana menor y lloraba mucho. El padre se hartó, le pegó un crujío y la zancó.

Guapa no era, tenía los dientes como salidos hacia fuera... pero era una mujer muy primorosa para sus labores", cuenta María Josefa Salinas, de cerca de ochenta años y vecina durante décadas de la familia.

Francisca Cañada, la novia.
Casimiro Pérez Pino, el novio.


Madre: "Mi hijo es hermoso. No ha conocido mujer. La honra más limpia que una sábana puesta al sol". Padre: "Qué te digo de la mía. Hace migas a las tres, cuando el lucero. No habla nunca; suave como la lana, borda toda clase de bordados y puede cortar una maroma con los dientes"
(Bodas de Sangre, acto I).

Francisco Cañada, el padre de la novia, le dejó en herencia cuanto tenía: 3.500 pesetas, un cortijo y tierras de labor en El Hualix, a unos cinco kilómetros de Níjar. Era la única forma de mostrar a su hija atractiva a los ojos de un futuro pretendiente. Según el romance popular que aún circula por la comarca, fueron Carmen Cañada, hermana mayor de Francisca, y su marido José Pérez Pino, quienes apañaron la boda con Casimiro Pérez Pino. Dos hermanos para dos hermanas. Y así la herencia quedaría en casa:

"Mi cuñada es coja y fea
su padre la tié dotada
te vas a casar con ella
que el dinero no se vaya"

Pero nadie tuvo en cuenta los sentimientos de Francisca Cañada, quien hacía tiempo se bebía los vientos por Paco Montes, su primo hermano, apuesto, guapo y sin novia conocida. "Dicen que ella lo quería, pero que él no le hacía caso. Bromas entre primos, pero nada más. Pero las mujeres somos unos pellejos y aquella noche convenció a mi tío para que se la llevara", relata Rafaela Montes, sobrina de Francisco, quien tenía seis años cuando ocurrió todo. Rafaela sigue ocupando la casa familiar en la cortijada de Los Montes, sabe que un tal García Lorca escribió un libro que ella desconoce y todavía llora al recordar unos hechos que siguen pesando sobre la historia de su familia.

Paca Cañada vivía con varias de sus hermanas en el Cortijo del Fraile, donde su padre, ya viudo, trabajaba como aparcero. La hacienda era una enorme casa de labor. Contaba con varias viviendas menores, ocupadas por labradores, un patio central, numerosos corrales y establos, una pequeña capilla y hasta un osario en el que descansaban los restos de la ascendencia del propietario. El cortijo pertenecía a los Acosta, dueños de buena parte de las tierras que rodean al núcleo urbano de San José, en el Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar. Hoy el silencio se ha apoderado de sus muros en ruinas tanto como de la memoria de quienes podrían dar fe de los hechos que allí acontecieron.

El escenario en el que Federico García Lorca sitúa sus Bodas es una casa-cueva típicamente granadina, en lo que pudo ser una maniobra intencionada por parte del autor para preservar la identidad de los protagonistas reales. Los personajes describen un hermoso paisaje de viñedos, cerezos y nogales, con un río que cruza el valle. Sin embargo, el levante almeriense de principios de siglo sobrevivía a la miseria merced a una pobre agricultura de subsistencia, al espejismo de su industria minera y a la cultura del esparto. La adaptación a un medio hostil, atacado sin piedad por los vientos y las sequías, había endurecido las costumbres de sus gentes. Colinas peladas y lunares sembradas de guijarros amarillos. Pequeños cultivos de cereal, grandes extensiones de pitacos, rebaños de cabras, alguna palmera... éste era el paisaje que rodeaba el Cortijo del Fraile. Un paisaje que permanece intacto, con su palmera, sus colinas amarillas y peladas y su magnífico aljibe. Sólo la abandonada mina de oro se ha comido a dentelladas la ladera norte del Cerro Cinto.

hermano
hermana
Entre los invitados a la ceremonia, no podían faltar los principales beneficiarios de aquellas nupcias, Carmen Cañada y José Pérez, quienes se pusieron en camino junto a dos de sus hijos pequeños. El novio, quien, hasta entonces, vivía con ellos en el cortijo El Jabonero, había salido antes para atender los preparativos de la boda. Todos se reunirían en El Fraile para acompañar a la pareja. Pero la hermana mayor ya percibía algo raro en el ambiente. Alguien había visto a la madre de su primo Paco Montes haciendo buñuelos en su propia casa. "Es que esa boda de hoy puede que se celebre aquí", comentó a una vecina. Hay quien piensa que no sólo la boda sino también la fuga había sido apañada de antemano. Las malas lenguas aseguran que el padre de la novia había acordado con su hermana (madre de Paco Montes) la huida de sus hijos.
José Pérez , hermano del novio, cumplió tres años por la muerte de Paco Montes.
Carmen Cañada, hermana
de la novia,
fue condenada por intentar estrangularla.

Casimiro, el novio, era honrado pero pobre; Paco Montes -Leonardo en la obra de Lorca- por contra, heredaría las tierras de su padre y, además, haría cualquier cosa que le pidiera su madre. "Eso es mentira. Nadie sabía que se iban a escapar. Se han dicho muchas cosas, pero no son verdad", ataja la sobrina de los Montes y añade: "Antes de ir a la boda, Paco, que en paz descanse, estaba con mi padre, que era su hermano, trillando una palva y le preguntó ¿vienes al Fraile?, porque si tú no vas, yo tampoco voy. Mi padre se llevó a mi hermana, que tenía 15 o 16 años, la subió en la mula, y los tres se fueron a la boda".

Cuando llegaron al cortijo, el novio se había echado a descansar un rato en una de las habitaciones. Entre el bullicio de los invitados, Paca Cañada buscó el momento para hablar a solas a su primo. Tal y como cuenta el romance, en palabras de la novia:

"Pues mi primo no quería,
no sólo a mí, ni a mi nombre.
Lo invitamos a la boda
pudimos hablar.
Le dije hazme feliz
me dijo vente conmigo
le dije llena de gozo
en la calle espérame.
Salí y me monté en su mulo
empezamos a correr".

No llegaron lejos. Al notar la ausencia de la novia, los invitados sospecharon algo. Vieron cómo Paquita, mujer despierta e independiente para la época, se había ido marchitando a medida que se acercaba el casamiento. Una de las hermanas pensó que se había tirado a un pozo. Pero la falta del primo y de su mula despejaron la incógnita.

Cuando Carmen Cañada y José Pérez les fueron a esperar, agazapados trás unas palmas, en aquel cruce de caminos, ya los habían declarado culpables. Había que vengar el honor del novio y el ultraje de la familia. Y estos delitos se pagaban demasiado caros.

A unos ocho kilómetros del Cortijo del Fraile, en el camino de la Serrata hay un muro sin sentido, con una cruz de cal pintada sobre las piedras. En el suelo, unos ripios sueltos parecen señalar algo. Ahí murió Paco Montes. Tres disparos de su propia arma le segaron la vida. En la pelea, Carmen agarró a su hermana por el cuello hasta darla por muerta. José Pérez, hermano del novio plantado, arrebató la escopeta a Paco Montes y le pegó tres tiros. Cuentan las crónicas que, cuando ella despertó, pedía a gritos que también le dieran un tiro de gracia. El muro se ha formado a golpe de plegarias. Los caminantes hacen un alto, rezan y arrojan una piedra al suelo.

Leonardo: (abrazándola) ¡Como quieras si nos separan, será porque esté muerto!
Novia: Y yo muerta
(Bodas de Sangre. Acto Tercero)

"Mi padre encontró a su propio hermano muerto en el suelo. Mi hermana, que iba con él, pilló un pasmo en la sangre que la dejó mala para siempre. Después, en mi casa nunca nadie se ha referido más a ese asunto", sentencia Josefa Montes. Y, de nuevo, se sumerge en su silencio de años.

También en el silencio ha vivido Joaquín Pérez Cañada, hijo de los autores del crimen. "Yo tenía unos ocho años, y claro que estaba allí, en el cortijo, pero no sé nada. Mi padre era un hombre muy recto, de los de antes... Hizo lo que hizo y se lo llevaron a la cárcel de Cartagena. Después de unos años volvieron al Fraile y estuvieron viviendo y trabajando allí", cuenta con dificultad este hombre aquejado de problemas respiratorios y, probablemente, herido también por la soledad del Hualix, el paraje donde habita.

"La coja ha vivido en ese cortijo de enfrente hasta que se murió, pero yo no me he cruzado nunca con ella. Ni mi madre tampoco. Nunca volvieron a hablarse". Es lo único que puede o que quiere decir. "Los que sabían se han muerto y se han llevado el secreto a la tumba. ¿Quién mató a Paco Montes?... cualquiera sabe... Yo sé muchas cosas más, pero no las voy a contar".

Tras la muerte de Paco Montes detuvieron a Francisca Cañada y a su padre. Pero la novia no delató a su hermana ni a su cuñado. Al principio, declaró que habían sido asaltados por un enmascarado. Poco después, los autores del crimen fueron a entregarse. A José Pérez lo condenaron a siete años de cárcel, de los que cumplió tres. Probablemente fue amnistiado con la República. Carmen Cañada fue encarcelada pero salió pronto.

Casimiro Pérez, el novio, no volvió a ver a Paquita Cañada. Se casó con otra mujer y se fue a trabajar a San José, donde murió en 1990 a los 92 años. Su hija María ratifica, una vez más, la teoría del silencio. "Mi padre no volvió a mencionar ese asunto. Por eso yo tampoco quiero hablar. Si él no lo ha contado, cómo voy yo a faltarle ahora que está muerto... Sólo puedo decirles que hemos vivido una vida tranquila y que las relaciones con mis primos son buenas. Aquello pasó, para qué removerlo más". Francisca Cañada Morales, Paca la Coja, se encerró en vida en el cortijo que su padre le dejó en herencia y se convirtió en leyenda. Los niños de Níjar se acercaban con miedo para verla. Probablemente murió sin saber que su vida había inspirado la obra de un gran poeta.

El 8 de marzo de 1933 se estrenó en Madrid Bodas de Sangre. Dos años antes, la periodista almeriense Carmen de Burgos, Colombine, había publicado Puñal de Claveles, inspirado en los mismos hechos. Colombine presenta un relato con una lectura casi feminista y un final feliz.

Eso es la literatura. La realidad ha sido mucho más feroz: aún hoy en los campos desolados de esta comarca almeriense, una mujer capaz de romper las normas y decidir sobre su propio destino está, por lo general, condenada al destierro, a la desesperación o a la locura. Y casos recientes en Níjar así lo atestiguan.

Pero esta es otra historia.


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