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El escritor desnudo

ilya
murex
[Publicado en: Caleta Nº 9 (Cádiz, 2001)]
2001 · ilya u. topper
Esta aproximación a la figura del escritor tangerino Mohamed Chukri (1935-2003) acompañó la primera publicación en castellano de dos fragmentos de su drama La felicidad, traducidos del árabe por Topper.
MOHAMED CHUKRI tiene esa mirada que es difícil de sostener incluso cuando nos mira desde una fotografía. La mirada de un hombre que ha visto demasiado. La miseria en las calles de Tetuán, las cárceles colonialistas, los prostíbulos y las tabernas de Tánger, los muelles, las reyertas y el pan en manos de los demás. El pan desnudo.

El pan desnudo, título de su primera novela —o casi autobiografía— escrita en 1972 fue la frase que dio fama mundial a este hombre, hijo de campesinos bereberes, niño de la calle, buscavidas y, desde que aprendió a leer a los veinte años, ávido devorador de libros. No sólo le hizo famoso. También ha marcado el 'estilo Chukri': una literatura de realismo social, de retratar sin misericordia —pero siempre con ternura— la sociedad. La de Tánger, en este caso. Una mirada directa, sin velo, al alma marroquí. Chukri desmantela los tabúes—fuertes aún en el mundo musulmán contemporáneo— del sexo y el alcohol, para sólo nombrar dos temas que provocaron rechazo en amplios círculos tradicionales.

Sin embargo, es rigurosamente falso lo que aún hoy se lee a veces en la prensa española: que los libros de Chukri estén prohibidos en Marruecos. En los escaparates de Tánger se amontonan desde hace años las obras de este autor atrevido, rebelde, anatemizado por muchos y admirado por otros.

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Foto: © Ilya U. Topper
Desde luego, la ironía de la historia —y la hipocresía de la sociedad marroquí, a la que Chukri arranca algunas máscaras sagradas— ha querido que el libro que fundamentó la fama de este escritor, El pan desnudo, prácticamente no era accesible al público en su idioma original, el árabe, durante treinta años. Traducida a trece idiomas, ningún editor del mundo árabe se atrevió con esta novela.

Pero mientras tanto, Chukri seguía publicando: El libro de relatos cortos Lo oculto de la rosa —que podríamos traducir también como El loco de la rosa— recoge cuentos escritos en la década de los 70; en 1985 apareció la novela corta Zoco Chico, más tarde el ensayo Jean Genet en Tánger, homenaje a la amistad del escritor con el rebelde francés. En 1995, Chukri publicó el segundo tomo autobiográfico: Tiempo de errores, que le consagró definitivamente al vender 5.000 ejemplares en cinco semanas, todo un récord en un país en el que la mitad de la población no sabe leer.

Una década después de alcanzar fama mundial con El pan desnudo, Chukri pudo costear una edición particular en árabe, que se agotó en seguida. Sólo con el nuevo milenio, al tiempo que el autor lanzó Rostros, la tercera parte de su autobiografía, también su primera obra ha vuelto a las librerías y ya va por la sexta edición.

En 1971, Chukri escribió además una obra de teatro: La felicidad, publicado por primera vez en 1994. Se trata de una obra que aún hoy sigue siendo vanguardista en muchos sentidos, y lo debió ser mucho más en el momento y el lugar en que fue escrita. La ambientación del escenario es escasísima y se resume en una sola frase. Los personajes sólo se caracterizan por el tipo de ropa que llevan —y que cambian con frecuencia de un momento a otro— . El protagonista, 'Abid, un hombre del que sólo intuimos que tiene edad para ser padre de una chica adolescente y pertenece a una clase social bien situada, no se moverá del escenario en toda la obra; ni siquiera se levanta: alrededor de él se mueven los personajes: una mujer, Leila, que adivinamos es su esposa, su hija Wasila, la amiga Amal —aparte de 'Abid, todos los caracteres importantes son femeninos—, canciones y voces anónimas al fondo...

La técnica del flashback se emplea varias veces en la obra para mostrar realidades distantes en el tiempo, sueños lejanos de la realidad. Y todo este entramado se encuadra en un tiempo futuro, imposible, en el que el orden mundial ha sido invertido, en el que los trabajadores se han convertido en los señores de la sociedad y se suicidan los empresarios faltos de obreros mientras que el gobierno intenta tomar desesperadamente medidas para combatir el abandono de las fábricas. Esta irreal sensación de libertad —el hombre se ha librado del yugo del trabajo, y ya sólo trabaja para matar el aburrimiento— se acompaña con otra dimensión, que en la sociedad marroquí —y no menos en la nuestra— también puede chocar: la absoluta libertad sexual y emocional de la mujer, del hombre, de la pareja. La falta de celos que demuestran 'Abid o Wasila no es, sin embargo, una ciencia ficción: tiene su origen en la famosa revolución del sesenta y ocho que alcanzó también a la capa intelectual de Marruecos. Los bailes desnudos, el intercambio de parejas que describe Wasila ("sí, me acosté con él. ¿Qué otra cosa podría haber hecho con él?") no son fantasías orientales sino se encuadran dentro de una libertad individual contraria a la represión social y tradicional: el fin supremo es la felicidad.

En este sentido, La felicidad es un drama rompedor. Lo sería aún hoy en España. Quizás convenga recordar que Marruecos, pese a lo que quisieran hacer creer algunos movimientos fundamentalistas, dista años luz de Arabia y escasos kilómetros de Europa. El propio nombre árabe del país, Magreb, significa Occidente, y el afán de libertad individual, sexual, emocional, de 'Abid, Leila, Wasila y los demás personajes, no es una copia de un modelo 'occidental' superpuesto sino la expresión propia de un pueblo cuyas referencias culturales se nutren, desde hace siglos o milenios, de sus vecinos de la cuenca mediterránea.

Una última palabra sobre el idioma. Chukri escribe toda su obra en árabe clásico, el vehículo de comunicación estándar escrito y leído en la totalidad de los países árabes que, sin embargo, no se habla en Marruecos (ni, prácticamente, en ningún país). Una audacia tanto mayor para un escritor que no es nativo de este idioma: "Mi lengua es el bereber —me explicó en conversación personal—; "en las calles de Tetuán aprendí el español y, a la vez, el dialecto magrebí. El árabe clásico es mi cuarto idioma". Esta elección del árabe clásico aún para obras ambientadas en los barrios bajos de Tánger es forzosa, ya que el magrebí jamás se escribe, y el tamazigh o bereber está justo dando sus primero pasos como lengua de expresión literaria (con Chukri como pionero: algunos breves diálogos de El pan desnudo están escritos en tamazigh rifeño). Conlleva, sin embargo, el que todos los diálogos sean una traducción de lo que realmente se pudo decir en la calle, algo que obviamente chirría en los relatos (de ahí que otros muchos autores marroquíes escojan el francés: la labor de trasponer el lenguaje es la misma).

Para un drama filosófico como La felicidad, el dilema se presenta a la inversa: se lee bien pero su puesta en escena plantea serios problemas: ¿mantener literalmente los diálogos a riesgo de que sólo una minoría de intelectuales entienda el texto? ¿traducir las frases más habituales a la lengua vernácula, arriesgándose a desvirtuar la belleza del estilo de Chukri? La felicidad no es, por más de un motivo, una obra de fácil representación.


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