SI LA DARBUKA, como dicen, hunde sus raíces germinales en la antigüedad remota, en la Babilonia de los zigurats y los jardines colgantes, sería tarea de antropólogos, historiadores y musicólogos seguir su rastro viajero a través de la geografía y el tiempo hasta los Balcanes, el Norte de África y el resto del mundo. Lo seguro, en cualquier caso, es que todos estos sabios tendrían que reservar un capítulo de honor, una marca dorada para señalar el antes y el después del turco Misirli Ahmet.
Nacido Ahmet Yildirim (Ankara, 1963), su primer registro discográfico reconocido es el álbum Oriental dance and percussion (1993), un título que de por sí indica la modesta ambición de su contenido. Ahmet despliega, desde luego, sus innatas facultades para la percusión, que no son pocas ni débiles, pero sometidas al servicio de un repertorio folklórico y bailable. Sospechamos que es ése el momento en que realiza su crucial viaje a Egipto, absorbe todo el desbordante caudal rítmico de ese país y emprende su íntima travesía del desierto –literal y espiritual– para regresar a la ciudad con ese superávit de creatividad que, a día de hoy, sigue sin conocer límite.
Tanto le marcó aquella experiencia egipcia, que empezó a hablar de su instrumento en términos afines al zen: “No quiero tocar la darbuka, quiero ser la darbuka”, aseveró, y nunca dejó de relacionar los parámetros rítmicos con las funciones vitales de su propio cuerpo, pues no hay compás más elemental, y universal, que el latido del corazón. Mel de Cabra (2000) fue el primer aviso de que la revolución había llegado a la darbuka. Como sucedió con el conguero puertorriqueño Giovanni Hidalgo después de conocer Cuba, o con el tablista indio Trilok Gurtu en Estados Unidos, Ahmet no fue a Egipto a rendir pleitesía, a reproducir mansamente patrones memorizados, sino a buscar referencias para reinventar los ritmos mediterráneos, para fundar una nueva manera de entender los tiempos.
Como los lejanos ejemplos mencionados, la llave maestra de Ahmet es el lenguaje del jazz, el horizonte de la improvisación que multiplica infinitamente no sólo el campo rítmico, sino el diálogo de la darbuka con otros instrumentos. No es casualidad que la siguiente entrega de su discografía se llame The search (2001), es decir, la búsqueda. No la fusión, ni la mezcla, ni el mestizaje, ni el sincretismo, ni ninguna de esas etiquetas recurrentes de la crítica. Conocido en Egipto como Ahmet el Turco y en Turquía como Ahmet el Egipcio, el todavía joven maestro excedía cualquier clasificación regional. The search es un baño de universalismo en el que caben desde el flamenco a un nada azaroso Hommage a Trilok Gurtu de formidables virtuosismo y belleza. Algo fascinante en todo el repertorio es que la darbuka, tradicional elemento acompañante, ocupe el centro de las composiciones y se erija en voz de mando del discurso sonoro.
Su legado viviente, al menos para los amantes de la percusión, no ha sido una prédica en el desierto. Sin ir más lejos, el grupo turco Harem bebe directa y felizmente de esa fuente fresca y generosa. No obstante, en el último disco de Ahmet hasta la fecha, Natural moments (2005), editado en la colección Great Masters of Mediterranean, encontramos a un Ahmet mucho más atemperado en sus efectos, despojado de aliño instrumental y preocupado por la naturalidad de su sonido, escanciando gozosamente sus golpes en endiablados compases de 6/8, 7/8 y 9/8 con acentos deslumbrantes. Aunque sus discos todavía no han llegado a España, el buscador sigue latiendo. Sólo hay que acercar el corazón a sus manos. O viceversa.
www.misirli-ahmet.com |