Canarias, ¿mil años en el olvido?
Uwe Topper
Berlín · 2007
canarias

El anuario del organismo científico hispano-alemán Institutum Canarium, Almogaren (Vol. XXXVII/2006, pág. 85-117) acaba de publicar un artículo de Pablo Atoche Peña (Universidad de Las Palmas de Gran Canaria), titulado: Canarias en la Fase Romana (circa s. I a.n.e. al s. III d.n.e.): los hallazgos arqueológicos, que el autor presentó asimismo durante la asamblea de los miembros del instituto en mayo 2005 en Las Palmas.

Varias informaciones en este artículo invitan a la reflexión: El texto de Atoche Peña está acompañado por una tabla en la que es fácil reconocer los hitos históricos: en la antigüedad hubo múltiples contactos entre las Islas Canarias (o Afortunadas) y Europa o África. Iniciadas en épocas fenicias, estos contactos continuaron durante el auge de los púnicos y finalmente en tiempos del Imperio Romano hasta el siglo III d.C. El texto explica, de paso, que incluso los marineros poco experimentados o pertrechados no pudieron tener demasiadas complicaciones a la hora de alcanzar las islas desde la costa africana, partiendo de Mogador (hoy Essaouira) o de Cabo Juby. Además se supone que hubo, también, una ruta marítima alternativa, bastante frecuentada, que comunicaba Cádiz directamente con Canarias, sobre todo con la isla de La Palma, al noroeste del archipiélago, como atestiguan el arte rupestre local y otros hallazgos.

A esta primera etapa, calculada en algo más de mil años, sucede una segunda fase –clasificada como etapa segunda y tercera –, de igual duración, en la que no hay testimonios respecto a contactos entre el continente africano o europeo y las islas. Después se inicia la bien conocida conquista del archipiélago y la misión cristiana, calificada aquí de destrucción y asimilación de la cultura canaria.

El lector se pregunta, entonces, si las Canarias y sus habitantes pueden haber estado completamente desconocidos durante mil años, pese a la púrpura y otras riquezas de fácil acceso, pese a la poca distancia que separa el archipiélago de las costas africanas, y pese a que los conocimientos respecto a los contactos anteriores se han conservado hasta hoy. Si antes era fácil alcanzar estas tierras, es muy difícil imaginar cómo las islas pudieran haber jugado al escondite durante mil años. Sería posible imaginar una catástrofe que borrara todo conocimiento de la ruta marítima. Pero la lógica obliga a pensar que poco después, el contacto se habría restablecido, teniendo en cuenta que desde los montes del Atlas se pueden ver, en condiciones climáticas idóneas, las nubes que a menudo cubren las cimas del Pico de Teide en Tenerife. Un marinero experimentado sabe que bajo este tipo de nubes suele haber islas mayores, incluso si no se distingue la línea de la tierra. Además, hasta hoy, vientos y corrientes llevan alguna vez a pequeñas barcas pesqueras hasta las islas más orientales – Fuerteventura y Lanzarote – y también consiguen regresar, capeado el temporal. Si la existencia de las islas hubiese caído en el olvido, en algún momento se habrían descubierto de esta forma, y el hallazgo se habría difundido con rapidez. 

Otro indicio más complementa mi sospecha, a saber: que la interrupción de mil años no es real sino consecuencia de una cronología equivocada. Cuando se hallaron las primeras ánforas en Canarias, se les clasificó automáticamente como romanas, habitualmente como pertenecientes a la época imperial tardía. Miguel Beltrán Lloris en persona estableció en 1970 la tipología de las ánforas y sólo dos décadas más tarde, en 1990, reconoció que no se trataba en absoluto de cerámica romana sino de objetos pertenecientes al siglo XVI y épocas posteriores (pág 91, nota 14). Esta aclaración, hecha por un experto en la materia como es Beltrán, es significativa, porque nadie cambia su opinión sin motivo contundente. En la misma trampa habían caído otros arqueólogos, al describir primero como romanas unas ánforas halladas en la costa este de Sudamérica, antes de reconocer que eran extremamente similares a las piezas granadinas y malagueñas del siglo XVI. Este tipo de errores tiene sus motivos y nos da una importante pista: si las ánforas de vino y aceite, incluidas sus marcas artesanales, del siglo IV romano y del XVI español se parecen tanto que un experto en la materia puede confundirlas a primera vista, es prácticamente imposible pensar que entre ambas medie un milenio: un arte manual como la alfarería no puede caer en el olvido y resucitar mil años más tarde. La tradición y la comunicación del oficio de padre a hijo es una condición básica para asegurar su supervivencia.

Así tenemos dos indicios que en el borde del mundo habitado, en las Islas Canarias, existe un vacío en la cronología, una brecha de todo un milenio. Puede haber otros errores, pero la solución más obvia parece ser ésta: la Antigüedad romana imperial tardía se transforma sin mayor interrupción ni salto en la época de los descubrimientos de la España cristiana. El milenio en medio no es más que un espejismo causado por el cómputo de tiempo de la Iglesia. 

Traducción: Ilya U. Topper


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