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Novelista de culto y viajero de anchos horizontes, Rafael Chirbes (Tavernes de la Valldigna, Valencia, 1949) pertenece a esa raza de intelectuales que cuestionan siempre el discurso establecido.
El autor de Crematorio, la novela que le valió el Premio Nacional de la Crítica, acaba de publicar Por cuenta propia, una lúcida revisión de varios textos clásicos ―de Cervantes y Galdós a los del siglo XX, como Juan Marsé, Carmen Martín Gaite o Manuel Vázquez Montalbán― que sirve también como reflexión sobre la lectura y la escritura.
Descubierto con el premio Herralde que obtuvo su novela Mimoun, ambientada en Marruecos, Chirbes ha reunido sus artículos de viajes en El viajero sedentario y Mediterráneos.
En su libro Mediterráneos, hablando de Braudel, decía que para los norteños el Mediterráneo impone la idea del viaje y la aventura, mientras que en su caso se trataba de una tarea de espeleología, de bucear en su propia identidad.
Es verdad, para que uno se dé cuenta de que tu medio y tu ambiente es un tema histórico y literario, a veces hay que cumplir unos cuantos años. Saber es lo que te ayuda a relacionar las cosas. Yo veía a los marineros tejiendo las redes, utilizando un lenguaje, unos instrumentos, que a poco que estudies descubres que tienen dos mil y pico de años de Historia por lo menos, y que todo está intercomunicado. Lo mismo cuando sabes que en Orán hablan medio alicantino para referirse a los términos navieros, que el arroz se cultivaba exactamente igual en mi pueblo que en la Camarga o en el Po...
También trabajé en una revista de cocina, y una de las cosas más bonitas que aprendí fue la historia relacionada de los productos. La relación, por ejemplo, de la Revolución americana con aquel negarse a pagar el impuesto del té.... La historia del café, del té, del azúcar, son fascinantes y te ayudan a ver con respeto las cosas. En Crematorio ironizo también sobre esta cosa, de no distinguir entre la comida basura y la comida bien hecha, un producto bien cultivado y otro cultivado sin ningún respeto... Todo eso es importante, y hay que inculcárselo a los niños desde pequeños. Que sepan que una tacita de café lleva una cantidad de trabajo detrás.
Caminando por Fez, cuenta usted también, creyó estar recuperando la Valencia de su infancia. Uno piensa en el Mediterráneo como algo exótico, y resulta que lo remite a su propia raíz...
Claro, la mundialización no la hemos descubierto ahora. El comercio de la seda, de las especias, fíjate el tiempo que llevan. Y ya con los romanos, desde Asia y desde el centro de África, todo está circulando ya, desde los leones de los circos a los plumeros de los nubios...
Fue dos años profesor en Marruecos...
Sí, di clases en una universidad que había sido el cuartel de Patton...
...y de ahí surgió Mimoun. ¿Quiso reflejar ahí su propia experiencia, o ficcionalizar su visión del país?
No, verás, empezó queriendo ser un cuento, luego una novela muy larga, al final una nouvelle...Quería hacer, por un lado, una novela un poco colonial, digámoslo así, hasta el punto de que algún amigo marroquí se enfadó conmigo, diciéndome: “Joder, escribes como si no nos conocieras...”. Y por otro lado, en aquellos años, el 85 o el 86, era el esplendor de la Movida, Europa, la modernidad, la comedia ligera, la literatura de ingenio... De repente me apetecía escribir algo que fuera doloroso, que al mismo tiempo fuera un perdedor de la Transición, alguien que se ha ido allí huyendo de un mundo que no le gusta; y también una especia de autocrítica existencial, en el sentido de que no hay paraísos, de que uno no puede escapar de la realidad. Que si huyes de una realidad atroz, puedes acabar cayendo en una mucho más terrible. Todo eso jugando con elementos camusianos, existencialistas, de novela negra también... Y al mismo tiempo hay una crítica de Marruecos, pues la imagen que se nos daba entonces era la de un país muy exótico y placentero. Yo quise describir ese país represivo, vigilado, en donde los árboles se comunican bajo tierra, pero por arriba parece que no se conocen. Ya ves que tenía muchas intenciones y muy pocas páginas... [risas]
Los escritores españoles tienden, en las novelas sobre Marruecos, a poner como protagonista al forastero, y lo que hay alrededor es el pícaro que se le arrima, el policía corrupto...
Hay de todo, porque aquí está el padre, que sólo tiene una frase pero nos parece un tipo muy coherente a pesar de que se supone que ha matado, porque ha estado en la guerra... No es como las memorias de Joe Orton que han sacado ahora, por ejemplo, sí resulta muy irritante la idea de que iban a Tánger a follar con niños. A esos sí que no les interesaba ni la cocina marroquí, ni la vida de Marruecos...
El elemento homosexual, ¿no es otro lugar común en nuestra narrativa?
Ahí voy, por eso me indignaba leyendo a Orton. Creo que Mimoun no es eso. Creo que está el país, aparte de la geografía. Marruecos era muy así, al menos el pueblo donde viví. Esa subida al morabito, con ese odio al misionero, ese padre que ha estado en la guerra y es honesto, esos marroquíes que beben y fuman y que son como la corrupción para el país...Todo eso intentaba estar de un modo bastante respetuoso.
¿Ha vuelto con frecuencia a Marruecos?
Pues volví 18 años después, y me encontré con muchos alumnos...Y con amigos que me recriminaban eso que te he dicho. Y quizá tenían algo de razón.
Más tarde escribió del Mediterráneo como “un mar agonizante que ya no es el corazón de casi nada”. ¿Qué ha ocurrido?
Ahora con la crisis económica lo vemos con más claridad: todo el proyecto ha sido convertir los países mediterráneos en un asilo barato. La Costa del Sol, la costa de Valencia, Túnez, Grecia, Turquía... El Mediterráneo es hoy una bañera alicatada hasta el techo que produce energía barata y agua caliente.
También aseguraba en las mismas páginas que “el culto a dios no es más que el culto de los hombres a su propio orgullo”. ¿No está ese orgullo cobrando demasiado protagonismo y teniendo un coste demasiado elevado, en dinero y en vidas?
El Mediterráneo es un mar de sangre, y lo de la convivencia entre las tres culturas es mentira.Coges los textos de los musulmanes, como los de los cristianos, y todo es igual. Creo que las religiones en general son malas.
Sin embargo, son muchos más los que han convivido pacíficamente que los que se han dado cita en el campo de batalla...
Claro, lo que ocurre es que a la gente corriente, la que rasca el parqué, le da lo mismo que seas moro que cristiano. Hay una tendencia a convivir, por esa cosa común a todos, de comer, beber, follar y dormir. Pero había la morería, la judería, porque siempre desde arriba se encizaña a la gente. Las religiones son muy malas, y mucho peores cuando se utilizan políticamente. Y siempre es así, de un modo o de otro.
Pero usted pertenece a una generación que fue educada en una religión muy estricta. ¿Cómo se liberó de todo eso?
Fue una autoeducación, porque tuvimos que buscar nuestras raíces laicas y libres. A mí siempre me gustó mucho Lucrecio, esa idea de que si hay dioses están tumbados en sus sofás tomando café, y no se ocupan de nosotros; que se queden, pues, ahí arriba, que las cosas de aquí tenemos que explicarlas nosotros. Si se cae una mezquita en Meknés, no es que Dios castigue a los que estaban rezando, será que estaba muy vieja o mal hecha, y se ha caído.Y aceptar que la vida es lo que es, y que luego vas y te mueres, y que lo que queda es aquello que dejes bien hecho.
La supervivencia del Mediterráneo, ¿pasa entonces por dejar a un lado el tema de los dioses?
Ah, yo creo que el tema de los dioses nos va a traer muchos problemas, porque siempre va ligado al tema de los fabricantes de armas. La creación de un espacio laico es fundamental. Que cada uno crea en lo que quiera, pero que no nos obliguen a nada.
¿Los escritores son los mejores lectores o, como decía Alfonso Grosso, los lagartos son los menos indicados para hablar de Historia Natural?
No creo que seamos los mejores lectores. Sí creo que somos lectores interesados, barremos para casa, de alguna manera buscamos padres… e incluso a mi edad ya empezamos a buscar hijos. En general, creo, hay autores en los cuales encuentras temas, posiciones, puntos de vista que se acercan a los tuyos, y en los cuales cavas para buscar pistas u orientarte un poco.
Escribir sobre lo que otros han escrito antes, ¿es un lujo redundante, o una necesidad?
Es una forma de aclararse. Este libro, Por cuenta propia, en concreto reúne charlas que he dado, pero cuando acepto dar una charla siempre es sobre temas sobre los cuales me estoy interrogando, me da ocasión para dar forma a mis opiniones. Lo que no se escribe no existe, y uno cree que tiene una opinión sobre un libro hasta que te pones a escribir sobre él: vas descubriendo un mundo nuevo, que se parece al que tú pensabas, pero al mismo tiempo es distinto. Ese proceso es también doloroso, como todo aprendizaje.